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viernes, abril 19, 2024

El tío Víctor

A través del cristal

Por: Willian Gallegos Arévalo

Alrededor de la vieja mesa de la cocina en la calle Loreto, de Chazuta, a la hora de la cena, casi siempre discurría una apasionada conversación sobre una famosa obra literaria o un tema trascendente. En nuestra mente surgían las imágines de los acontecimientos imaginarios o reales y, sobre todo, del sufrido y voluntarioso Jean Valjean recorriendo la Francia del siglo diecinueve en una huida incesante para escapar del acoso del tenebroso Javert, personaje que simboliza la ley en lucha permanente y triunfante contra la justicia. Como la de su inmortal creador: Víctor Hugo.
A esa hora, siete de la noche, mientras sostenía la vieja taza de café de olla, entre un sorbo y otro, el tío Víctor Hugo Arévalo Tenazoa nos emocionaba con esa pasión por transmitirnos con energía y sincera entrega sus conocimientos y admiración por las obras literarias más grandes y famosas. A partir de esas conversaciones que mi tío sostenía con mi padre, un oyente perfecto, comprensible y tolerante, un mundo nuevo se abrió a todas nuestras inquietudes. A esa hora, el viejo lamparín de mesa parecía poner su cuota testimonial de la amena charla con esa energía que mi tío ponía en descubrirnos a Jean Valjean, Fantina, Cosette y al bribón, taimado y despreciable Thenardier, y a Javert, el policía insensible, amoral y desconfiado. De este modo, compartimos el drama de esa trilogía trágica que serían siempre Jean Valjean, Fantina y la tierna y dulce Cosette.
Posiblemente en ninguna parte de la región se conversaba como en mi casa, a las siete de la noche, y se condensaban en largas tertulias los acontecimientos trascendentes de la época, mientras en el fundo “Progreso”, a su vez, a esa misma hora comenzaba a destilarse el aguardiente en una faena cotidiana en todos los fundos alcoholeros de la zona. A los finales del cincuenta, Chazuta, tan aislada, como enigmática, pasaba a formar parte del mundo gracias a esa vieja radio del club, la única por años, donde mi tío era unos de los habitúes, y el principal agente globalizador de la época. Años después, la roncosha radio Sudfunk, que llegó al fundo “Progreso” traería las noticias sobre Fidel Castro, don Patricio Lumumba y al crisis de Congo Belga, los enfrentamientos del líder estudiantil Licurgo Pinto con la policía, las hazañas del aprista “Bufalo” Pacheco, “acariciando” a sus enemigos políticos con cachiporras y manoplas, el periplo de Belaunde recorriendo el país, el episodio de la Bahía de Cochinos, que puso a prueba el carácter de Kennedy, el escándalo del caso Profumo, o la censura habitual e inútil de los ministros del primer gobierno del arquitecto Fernando Belaunde, promovido como siempre por los apristas.
Nacido en Capanahua, uno de esos lejanos pueblos del Ucayali, hoy desaparecido, donde los abuelos Rodolfo y Mercedes se instalaron en los inicios de los años veinte, por el “boom” del caucho, mi tío Víctor creció junto con todos sus hermanos sintiendo el olor de la selva virgen, el sabor de las turbias aguas del río y escuchando a la vuelta del tambo el terrible rugir del otorongo. Lo paradisiaco de aquella zona sensibilizaría su espíritu para las cosas sencillas pero grandes que haría en su vida, porque, nadie como él, sería el paradigma de un pueblo, por la fuerza de su espíritu y por el ejemplo de su integridad. Por eso, Víctor Hugo Arévalo Tenazoa, es un hombre amazónico de todos los tiempos; tal vez quien mejor lo representa.
Nunca faltó en el viejo caserón de palma, a las orillas de la Morrasyacu, el fundo alcoholero desaparecido en el aluvión de 1982, las últimas ediciones de Selecciones del Reader´s Digest, Life en español, Caretas, Visión y la brasileña O´Cruceiro, esta última que nos embelesó con esa guapa morena conocida como Chunga. A ese casi escondido fundo en el interior de los bosques también llegarían de vez en cuando las ediciones de los diarios limeños La Prensa y El Comercio. Mientras atizaba el fuego del viejo alambique, supervisado cada cierto tiempo por los temibles alcholmetristas de la Caja de Depósitos y Consignaciones, en su mesa de trabajo tenía los clásicos de la literatura publicados por la vieja editorial argentina TOR, mientras la tía Laura organizaba la casa y la comida para la peonada que en cualquier momento llegaría a pedir su corto de aguardiente, previo al desayuno, al almuerzo y a la despedida de la jornada. Gracias al tío Víctor conocimos a Tolstoy, a Dumas, a Verne, a Thoreau, a la gentil Doña Rosita –aquel bello reportaje de la revista Selecciones–, a Pasteur, a la pícara Margarita Gautier, de quien quizás se enamoraría platónicamente. También conoceríamos a los malos,…inclusive.
De pocos hombres podemos decir que fue la encarnación de un pueblo o el símbolo de una generación. El tío Víctor posiblemente sea el único quien resume el espíritu reflexivo de un griego, la solemnidad de un aristócrata romano, el humor flemático de un británico y la pasión y sensualidad elevada a la enésima potencia de un amante francés. Por eso, he creído ver en él al abogado Atticus, de la célebre novela “Matar un ruiseñor”, de Harper Lee, tan lleno de comprensión, ecuánime y sobrio, y con tanta elocuencia como su silencio. Podríamos decir que su vida fue un apostolado, sin que queramos decir que sea un santo. Quienes lo tratamos y conocimos, aprendimos de él los valores de la integridad, la autenticidad, y de su preocupación por Chazuta, a donde llegó en los años en que se desarrollaban las acciones bélicas de la Segunda Guerra Mundial, pueblo al que quiso convertir en esa Arcadia mitológica. Lo recuerdo en su lucha y gestiones por conseguir la construcción de la carretera a Shapaja, el colegio secundario del pueblo, entre otras muchas obras.
El tío Víctor fue ese médico de aldea, el personaje de una las obras de Balzac, que, sin ser médico, usó con maestría el bisturí para esas cirugías de emergencia aprendidas autodidácticamente en su viejo Vademécum médico antes que llegaran a Chazuta los primeros sanitarios de la entonces Guardia Civil. No necesitó de car-tones y títulos para servir a sus semejantes. Fue ese consejero imparcial y justo en los momentos decisivos. En un medio tan remoto como Chazuta, entonces, se tenía que tener capacidad, bondad, inteligencia y altruismo, como siempre lo tuvo el tío Víctor, para servir;…solamente por el deseo de servir y ser útil.
Esta pequeña crónica es el re-sumen sobre un hombre sencillo y generoso, de una apasionado defensor de la verdad, que siempre fue consecuente con las corrientes renovadoras del pensamiento político y nunca transigió con la indecencia. Por eso, se adhirió a la corriente de renovación que encarnó Fernando Belaunde Terry; y siempre en el campo de quienes buscaban la justicia, para ser, eso sí, intolerante con los necios, los calumniadores, los intrigantes, los políticos que se caracterizan por ser portavoces de las medias verdades y manipulan a sus partidarios y a la ciudadanía, los discursos vanos y fatuos que escamotean la realidad de las cosas para seguir medrando.
Confieso que siempre había deseado dedicarle unas líneas a mi tío quien fue y será siempre el símbolo de una familia, donde el honor, la decencia y la verdad son los valores eternos.

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