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viernes, marzo 29, 2024

Recuerdos del fútbol

Soy un apasionado del fútbol desde que tengo uso de razón. De pequeño mis padres me llevaban los sábados por la tarde a Cacatachi para jugar con otros niños pequeños de allí. Yo llevaba la pelota (por eso me hacían jugar) y era el único presuntuoso con zapatillas mientras todos los demás jugaban descalzos. ¡Qué partidos jugábamos allí, con niños y niñas fuertes y nobles que me enseñaron el compañerismo de este deporte!

Recuerdo de muy joven esos partidos interminables que se jugaban con los amigos en la canchita de Fonavi. Eran unos partidos como si fueran finales y que muchas veces terminaban cuando ya el sol se había ocultado. Recuerdo también la gran enciclopedia de los Mundiales que seguimos teniendo en casa, en donde yo recreaba al detalle los partidos de los Mundiales de Argentina 78 y España 82 con mis juguetes de He-Man y algunos Thundercats. Los dos arcos eran dos skates viejos y la pelota una canica. Era mi propio FIFA Sports, que los jóvenes de ahora juegan en sus videojuegos.

El mundial de Italia 90 fue el primero que vi con algo de entendimiento y que despertó en mí ese furor por todo lo concerniente a este maravilloso deporte. Cómo no recordar ese maravilloso himno que, a mi parecer, es el mejor que haya tenido un mundial, que con solo los primeros acordes te teletransporta mágicamente a otras dimensiones. Las jugadas: el centro preciso de Vialli a la cabeza del “Totó” Schillaci para el gol italiano ante los austriacos, o el gol agónico de Rincón, al último minuto, para darle el empate a Colombia contra los alemanes, son momentos que quedaron grabados en mi memoria como ejemplos de empuje y lucha ante situaciones complicadas.

Nick Hornby en su libro “Fiebre en las gradas”, relata la primera vez que fue a Highbury, el antiguo estadio del Arsenal londinense. Allí cuenta lo que él, un muchacho blanco de clase media alta, sintió al ver lo que para él había permanecido oculto toda su vida: una muchedumbre de personas de toda condición social y de razas con la que nunca habría tenido la oportunidad de coincidir si no fuera por el fútbol. Esa sensación la tuve, y con temor incluido, cuando era un muchacho flaquísimo y tenía que pasar la odisea de hacer cola desde la Avenida Paseo Colón, para entrar a la tribuna norte del Estadio Nacional para ver a la “U”. Ver esos micros llenos de barrabravas venir desde todos los distritos de Lima le daba un toque magnífico y a la vez estremecedor.

Para muchos de mis amigos es conocido mi apasionamiento por algunos equipos de fútbol, que espero en un futuro cercano escribir sobre cada uno de ellos. ¡Es que sí, amigo! Se puede ser hincha de tres equipos y amarlos con la misma intensidad con que se ama a nuestra madre, nuestra pareja y a nuestros hijos. En los sentimientos asociados al fútbol no se puede andar con limitaciones absurdas.

Si las lecturas de Alejandro Dumas me hacían soñar con volverme un caballero o un espadachín al servicio de un rey, las lecturas de Fontanarrosa o de Galeano, aún con mis cuatro décadas encima, siguen haciéndome soñar con ese gol de cabeza a última hora gritado con el alma y con la vida. (Comunicando Bosque y Cultura).

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