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jueves, abril 25, 2024

La yunga de San Martín; entre bosques de palmeras y tétricos escenarios

GRANDIOSOS. En el bosque de palmeras y al lado, el ya conocido viejo Jeremías, a quien aun guardamos como incógnito
GRANDIOSOS. En el bosque de palmeras y al lado, el ya conocido viejo Jeremías, a quien aun guardamos como incógnito

Sin ninguna duda, el camino más difícil que me ha tocado vivir. En las yungas, uno comprende las distancias y el olvido

Por: Lenin Quevedo Bardález

Desde la jalca, se veía en el horizonte el bosque de la yunga, que era descrito por quienes e acompañaban como un verdadero infierno. Y así, sintiéndome Dante entré al mayor reto de mi vida.

Bajamos desde los 3200 (en que iniciamos el segundo día de camino) hasta los 1800 metros sobre el nivel del mar. El camino sigue siendo una verdadera fuente de agua, solo que ya no hay esos globos a medio salir de la tierra, todo es barro ahora, de color oscuro. Los árboles, barbados, llenan de misterio el lugar, al punto que el mismo Jeremías, el viejo, dice que hay lugares que le dan miedo. Son bosques de polilepis, que dan la impresión de haber alimentado la imaginación de Walt Disney, cuando dibujaba a las brujas en sus tierras llenas de maldad. Aunque esa es solo una impresión. Son estos bosques, los que más aguas producen y por ello las aparentes barbas, que sirven para acumular el agua.

El camino es cuesta abajo únicamente (que días más adelante será cuesta arriba y eso preocupa) y el paisaje va cambiando a cada hora. De pronto llegamos a “Las Palmeras”, un lugar cuyo nombre lo dice todo y no necesita de descripción adicional. Un bosque de palmeras se alza, dejando mucha entrada para el sol, pero también para la fascinación. Nadie las plantó, simplemente existen. Se tratan de palmeras multiformes, que parecen haber sido sembradas por alguien, no obstante, se han reproducido de manera natural.

A partir de allí el camino empeora. Las piernas se hunden hasta por encima de la rodilla, el barro colma e impacienta. Tras 9 horas, ya nos acercamos a nuestro destino, se lo ve a aproximadamente dos horas de nosotros, pero de la frustración, que es un breve sentimiento, pasamos a la fascinación.

Allá abajo, a los 1800 metros sobre el nivel del mar, Amazónicos por la Amazonía, tiene una sede preparada como si se tratara de un hotel de lujo (pero de la forma que lo sentiría el Quijote: “no hay mejor comida que el hambre, ni mejor colchón que el cansancio”). Estamos ya en Nuevo Bolívar.

Aquí, que también es el distrito de Huicungo en la provincia de Mariscal Cáceres, se han preparado laboratorios para purificar la miel que se produce de abejas locales, además de ser un centro de comunicación para la comunidad que se encuentran realmente aislados.

Pero son además, los que viven allí, los guardianes de los bosques, quienes inmediatamente comunican de cualquier pretensión de destruirlo. Así si vale, el trabajo no se queda en empeño. Florece.

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