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jueves, abril 25, 2024

La fe en el pensamiento Ratzinger

Piedra y cielo

Teodomiro Chinguel Santos

 

El Papa Benedicto XVI en una audiencia pública del año pasado, comenzaba su catequesis haciendo estas preguntas a todos los peregrinos del mundo que lo escuchaban atentamente en la plaza San Pedro: “¿Qué es la fe? ¿Tiene sentido la fe en un mundo donde la ciencia y la tecnología han abierto nuevos horizontes hasta hace poco impensables? ¿Qué significa creer hoy en día?”.

Para responder a estas preguntas, hizo un breve análisis sobre el hombre contemporáneo y su sociedad tremendamente relativista, hedonista, materialista, permisiva, consumista de la Europa actual que cada vez más reniega de sus raíces cristianas.

Es más, pretende borrarlas de las escuelas, de sus instituciones públicas, hay toda una ola de ataques, mofas a curas, Iglesias, a todo símbolo religioso católico, tanto así que ha aparecido un nuevo término en el periodismo la Cristianofobia. Ante el “desierto espiritual” y a pesar de los avances de la ciencia, “el hombre de hoy no parece ser verdaderamente más libre, más humano, permanecen todavía muchas formas de explotación, de manipulación, de violencia, de opresión, de injusticia”.

Se suma también la tendencia “de creer sólo en aquello que se puede ver y tocar. Sin embargo hay quienes, pese a la desorientación, intentan ir más allá para responder a preguntas fundamentales como “¿qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las generaciones futuras? ¿En qué dirección orientar las decisiones de nuestra libertad para lograr en la vida un resultado bueno y feliz? ¿Qué nos espera más allá del umbral de la muerte?”

Benedicto XVI, es uno de los teólogos e intelectuales más brillantes de los últimos tiempos, hay quienes dicen que en el futuro se lo proclamará doctor de la Iglesia, por sus aportes en temas fundamentales como el diálogo entre razón y fe; a la laicidad; los derechos humanos; la relación entre Iglesia y Estado; a la compatibilidad de los diversos sistemas económicos con el cristianismo; al sentido del sufrimiento; a la esperanza y la oración; a la belleza como posible camino hacia la trascendencia; a la familia y su crisis actual; a los debates bioéticos sobre el aborto y la eutanasia; a la actitud de la Iglesia frente a los no creyentes.

Su pensamiento recién empieza a tomar vuelo, es el primero en diagnosticar el problema de la sociedad de nuestros días, como lo dice el eurodiputado, Jaime Mayor Oreja: “si Juan Pablo II fue el líder que enterró el comunismo, a Benedicto XVI «le correspondió diagnosticar el relativismo en el que» hoy vivimos, «la dulce tiranía que ha conseguido eliminar la referencia a las racíces cristianas de los tratados europeos y ha reemplazado el derecho a la vida por el derecho al aborto»”.

Conociendo esta realidad sobre estos tiempos difíciles, y ante el presupuesto de que todavía la fe está impregnada en el cotidiano vivir de las personas, es decir, creer que el cristiano vive y profesa su fe públicamente, tanto en esfera política, en la economía y en el ámbito público, es engañarse, pues hay crisis de fe, no hay esa coherencia en lo que se cree y se hace y dice, la sal de la fe se ha vuelto insípida, y es la fe la del cristiano la que debe dar sabor al mundo.

Benedicto XVI consiente de este flagelo, escribe una carta apostólica, PORTA FIDEI (A la puerta de la fe) con la que convoca al año de la fe, para orientar a la grey, para volver encontrar el gusto y la belleza de la fe, porque “necesitamos no sólo el pan material, necesitamos amor, sentido y esperanza, un fundamento seguro, un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico, incluso en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y problemas cotidianos”.

Un llamado a toda la Iglesia a renovarse por dentro, una renovarse desde la raíz, que pasa por el testimonio eficaz de todo los creyentes que viven “la fe como un don de Dios, pero también como un acto profundamente humano y libre. Creer,dice el Papa, es confiarse libremente y con alegría al plan providencial de Dios en la historia, como lo hizo el patriarca Abraham, como lo hizo María de Nazaret. La fe es, pues, un consentimiento con el que nuestra mente y nuestro corazón dicen su “sí” a Dios, confesando que Jesús es el Señor. “La fe nos da precisamente esto: en una confiada entrega a un ‘Tú’, que es Dios, el cual me da una certeza diferente, pero no menos sólida que la que proviene del cálculo exacto o de la ciencia”.

 

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