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sábado, abril 20, 2024

El gato negro

Remembranzas
Pedro Emilio Torrejón Sánchez
Columnista

Blaillo, Zabata, Marciano, Tocuyo…todas esas chapas eran para Lucho Tuesta  el Tocuyo . Luis Tuesta, primo hermano de mi mujer. Más tarde vino a conformar parte de mi familia putativa. Pero eso fue mucho más tarde, por el momento estamos en la época de nuestra niñez.

 

Contrariamente a lo que uno pudo pensar, Luchín era muy perspicaz. Tras la aparencia de que se podía hacer todo lo que uno quisiera con él, Luchín era fiel a sus ideas y a sus principios, persistía ferozmente en lo que tenía planificado. No era un bolsudo.

 

Los muchachos del barrio deseaban pelear con él en lucha libre o en box, porque era él más pequeño. Recibía golpes sin quejarse (por machote) y no era tramposo. Se podía hacer con él todas las llaves y golpes imaginables…sin hacerle mucho daño, claro está ; ya que  había que dejar para los otros un poco de Luchín.

 

De todos los amigos de nuestro territorio, Lucho Tocuyo era el que más dinero tenía en el bolsillo. ¿Cuál era su táctica ? Encontrar la plata de una manera fortuita. Les explico. Estábamos caminando y ,de repente, Luchín decía : « ¡Hallauita !…,¡Hallauita !,…¡He encontrado dinerito… ! ». Levantaba una piedra, la desplazaba, cavaba un poco con las manos en el lugar donde había estado la dicha piedra, retiraba la tierra…y ¡milagro !,…había dinero, había el cuchqui. Unas veces en moneda (sencillos) y la mayoría de veces en billetes, billetes de color verde (cinco soles), de color naranja (diez soles) y otros colores.

 

Hablando de dinero, me acuerdo que Tilico Mayer (Freddy Avendaño Mayer) decía, mostrando un billete cualquiera : « ¿Han visto la figura ilustre de nuestro héroe nacional : Alfonso Grau ? ».

 

Volviendo a Luchín. Lo que nos sorprendía era cómo podía saber Lucho Tocuyo, que en un lugar determinado, debajo de una piedra que debía excavar, pudiera haber money. O era un brujo, o…era un brujazo. Nunca pasamos a investigar más. Y no investigábamos más, por una sencilla razón : éramos benecifiarios directos de sus descubrimientos. Con el dinero que él encontraba, compraba todo tipo de golosinas, chocolates, gomas de mascar, bebidas…para toda la muchachada, Doña Pepa a voluntad, alfeñiques en cantidad, bebidas deliciosas (Bimbo, la chaposa más sabrosa, Twist, Coca Cola, Pepsi), toda la gama de D’onofrio y otras cosas que nos empalagaban, pero que nos gustaban enormemente.

 

Luchín compraba dichos productos en todas las tienditas que existían en ese entonces, sobretodo las que se encontraban en nuestro camino,…pero de preferencia en la bodeguita de doña Shoquito (Bodeguita Mayer), que estaba ubicada en la intersección de los jirones Ramón Castilla y Augusto B. Leguía. Había dos puertas de acceso, sea por Castilla sea por Leguía. ¡Qué algarabía y alegría infinitas cuando el Tocuyo venía con las manos llenas de esa delicias ! No era mishico. Antes de que repartiera equitativamemente, se armaban unas broncas para agarrar lo mejor ; pero, una vez que nuestras panzas se llenaban de los suculentos productos, reinaba de nuevo una amistad sincera y profunda. Éramos muy ñucñuteros, como diría doña Lucy Huansi Arévalo, barranquina de pura cepa : illurros. El dicho  « Comida hecha, amistad desecha », no tenía sentido con nosotros ; pues para los muchachos del barrio, lo mejor que se podía aplicar era lo siguiente : « Comida hecha, amistad rehecha ».

 

A pesar del dinero que poseía cotidianamente, hubo momentos que Luchín no tenía un céntimo en el bolsillo. Es ahí que negociaba para obtener la preciosa mercancía. En una de esas oportunidades le propuse un trato (un chaucheo). Pero antes quisiera decirles que mis padres tenían en su posesión un disfraz de un gato, color negro. ¿De dónde vino ? ¿Cómo lo obtuvieron ? ¿Quién lo trajo ? ¿Por qué lo confeccionaron ? ¿Desde cuándo lo tuvieron ? No conozco las respuestas. Y poco importa. Lo que interesa para esta historia es que el dicho disfraz estaba en el tiempo y el espacio histórico requeridos.

 

Le propuse a Luchín que si se metía en el disfraz y daba tres vueltas a la Plaza de Armas de Tarapoto, recibiría por ello treinta reales (diez reales por vuelta). Trato hecho. Pasamos a la ejecución : Yo pensé que el disfraz le iba a quedar o grande o pequeño. Pues me equivoqué, era exactamente de su talla.

 

Le dijimos que para estar ciento por ciento seguro que iba a cumplir con lo prometido, nosotros (los muchachos del barrio) le seguiríamos, pero de lejitos. Y así fue. Eran las siete y media de la noche, no hacía mucho calor, el cielo estaba depejado porque veíamos las estrellas brillar en el firmamento. Caramba, Lucho Tocuyo salió de mi casa, continuó por el jirón Ramón Castilla, llegó al jirón San Martín, tomó a la derecha, del costado de la tienda de don Julio Samaniego y del cine Central. La gente le miraba al comienzo desconcertada y, luego de un corto momento, se reían de lo que estaban viendo.

 

Nosotros estábamos contentos, cuando le observamos terminar la tercera vuelta. Lucho regresó a mi casa tomando el jirón Martínez de Compañón (por la vereda de la botica La Inmaculada, donde estaba también el negocio de Carlitos Vidaurre). Luego dobló a la derecha. Nosotros regresamos por el mismo camino de la ida.

 

Llegamos más rápido que Luchín, y le recibimos con júbilo por la excelente hazaña que venía de cumplir. Sobre el pucho, yo le propuse que volviera, pera esta vez la paga sería un sol. Por supuesto, tres vueltas. Aceptó la idea. Nosotros nos quedamos en el terreno de mi casa, estábamos a la expectativa de la llegada de Lucho Tocuyo. Calculamos que ya no debería tardar ; y él no venía. El tiempo pasaba y no teníamos ninguna noticia de Luchín. Cuando de repente, le vemos llegar llorando con el rabo del disfraz en una de las manos.

 

Nos acercamos a él. Todos hablábamos al mismo tiempo, como pihuichos enardecidos, y no se comprendía absolutamente nada : ni las preguntas que le hacíamos, ni las respuestas que él nos daba. Hasta que alguien dijo : « ¡Cállense carajo ! ». Se hizo un silencio de tumba ; y ahí podimos ver que Luchín tenía un chichón en la frente, que hablaba entre sollozos. Y de repente se quedó callado. De nuevo la misma voz que dijo : « ¡Cuénta pues, rosquete ! ». El Tocuyo respiró hondo y profundo, y nos dijo que a la tercera y última vuelta, un grupo de lustrabotas (¿de Suchiche ?) le habían interceptado. Le dijeron que maulle, que se ponga en cuatras patas y que camine como un gato, que ronronee y otras cosas más gatunas.

 

Hasta que uno de los lustrabotas, según el Tocuyo era el más mazeta, le tomó por la cola, y le comenzó a dar vueltas y vueltas. En una de esas, el rabo se rompió y Luchín se fue al suelo, de frentazo. Cuando vieron eso los chicos malos corrieron dejando al pobre amigo tirado por el suelo. Se levantó, buscó su cola y, entre sollozos, se encaminó hacia nuestra guarida general. Me imagino la cara de la gente al ver pasar un chico disfrazado de gato, con un chichón en la frente, sollozando y llevando su rabo en la mano.

 

Cuando terminó de contar lo que venía de vivir, de nuevo se instaló un silencio pesado. Todos nuetros rostros reflejaban la cólera y las ganas de vengar este hecho ignominioso. Finalmente, la voz de la misma persona que nos hizo callar, que obligó a Luchín a contar lo que le ocurrió, sancionó diciendo : « ¡Felizmente que no te han hecho chivo ! ». Y el Tocuyo como un resorte respondió : « ¡Ahhh nooo…, eso si no me hubiera dejado hacer ! ». Ese es nuestro Luchín, Blaillo, Zabata, Marciano, Tocuyo…fiel a sus ideas y a sus principios. Nos reímos y pasamos a otra cosa

 

Antes de terminar este articulillo, quiero contarles una anécdota más del Blaillo. Un día Luchín se acerca al grupo, pero rasgándose el trasero con muchas ganas (siquimicuna). Uno de los muchachos le preguntó : « ¿Qué ya vuelta tienes ? ». Y el Tocuyo respondió : « Creo que tengo conjuntivitis ».

 

Carlín Chaplín (Carlos Alberto Ramírez Ramírez) desde Iquitos me ha enviado un correo electrónico que decía : « No te olvides de contar la historia del disfraz de gato del Tocuyo, que regresó llorando sin su rabo…ja, ja, ja, ja ». Nunca me olvidaré de esta historia.

 

Oiganme gente, no más se vio correr un gato negro que diera vueltas y vueltas alrededor de la Plaza de Armas de la Ciudad de las Palmeras. Ese gato no tuvo siete vidas.

Mayo 2013

 

Pedro Emilio Torrejón Sánchez.
Desde Furchhausen, Francia

 

 

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