Desde hace unos días, se escucha el debate sobre la pena de muerte a los violadores, luego de conocer más casos en nuestro país, pero el que sobrepasó los límites de la tolerancia es lo sucedido con una pequeña de tan solo 2 meses.
Se ha escuchado de todo, voces a favor y en contra, interpretaciones de la imposibilidad por estar en el Pacto de San José, la posibilidad de renunciar al Pacto, las consecuencias de ello y tantas declaraciones de políticos, juristas y ciudadanos de a pie.
No quiero imaginarme y espero no estar nunca dentro de las estadísticas, pero supongo que quienes han sufrido en algún momento este tema tan delicado cuyas cifras, por más que se endurezcan las penas, crecen, quedan heridas, marcadas de por vida y estas personas, son quienes menos han sido escuchadas.
Las cifras que se difunden mucho son de terror, y no importa la situación económica o profesional, lamentablemente la amenaza está ahí.
He podido tener conversaciones con mujeres, quienes, en algún momento de su vida, sobre todo cuando pequeñas, el 99% por ciento, en algún momento ha sufrido tocamientos indebidos por parte de un familiar: el tío, el primo mayor, incluso del hermano.
Y que no nos sorprenda que esto es una constante, basta conversar con algunas y cuando la confianza se refuerza, las historias salen. Lo más triste es saber, que no fue una vez, en algunos casos, más de dos o tres ocasiones, con distintos protagonistas perversos. Si bien es cierto en los casos escuchados no llegaron a violación, pero la invasión existe y está más cerca de lo que imaginamos.
La consecuencias de definir la pena de muerte debe ser harto analizada, no solamente por el Pacto de San José, también por el sistema judicial ineficiente que tenemos en nuestro país.
La víctimas deben ser respetadas, deben ser atendidas y deben ser reconocidas… y cómo no, deben sentir que su agresor ha sido debidamente sentenciado.