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martes, abril 16, 2024

“El avance ignominioso del hombre”

Los últimos cien siglos pueden considerarse históricos, la increíble ascensión del hombre muy por encima de su condición primitiva, se dio a un cadencioso y moderado ritmo, si lo comparamos con lo que ocurre actualmente.

Más todo ello cambió, los tiempos en que se sucedieron los acontecimientos humanos se aceleró, y nuestro hombre se sintió más fuerte y poderoso, y por lo mismo cada vez menos dependiente de los sucesos y condicionamientos.

Tan imprevista y sorprendente aceleración, se inició nada menos que hace dos siglos, un instante – lugar medido según el gran reloj del tiempo, que desde entonces ha ido intensificando esta marcha en alas de las revoluciones, industrial, científica y tecnológica.

Estas han proporcionado a cada generación unos conocimientos y un poder fantásticos e inesperadamente extraordinarios, que pueden ser y de hecho lo fueron en el pasado muy reciente; y lo siguen siendo, utilizados para hacer efectivo tanto lo bueno como lo malo, de manera que la condición humana y sus emociones han cambiado por completo.

La posición dominante que ha logrado el hombre de hoy, le permite lograr el máximo provecho posible, todo lo cual ha traído consigo desarrollos benéficos más allá y por encima de lo que pudieron haber soñado nuestros abuelos o bisabuelos. Pero, continuamos mostrándonos insatisfechos, algo así como si pensáramos que no existen límites por la manera caprichosa, embrollada e irresponsable como empleamos nuestros formidables logros para mudar el orden de las cosas sobre la Tierra, pensando exclusivamente en afirmamos por encima de los demás y satisfacer nuestros deseos más inmediatos. Todo aquello que halaga nuestro ego tiene grandes posibilidades de cegarnos ante cualquier otra consideración, haciéndonos insensibles a las consecuencias de nuestros actos. Luchamos por la supremacía de los unos contra los otros, y nos empeñamos en combates sangrientos para recabar beneficios inmediatos, independientemente de lo que ello pueda costar a terceros o de las posibles infracciones a las normas éticas, y mientras hacemos esto, destruimos el entorno. De hecho, los grandes abusos y los pésimos efectos del saber y el poder se deben a que hemos abjurado de nuestra comunión con la Naturaleza. En muy breve tiempo hemos aniquilado innúmeras especies animales y vegetales que desde tiempos remotos fueron buenos compañeros y nos ayudaron a sobrevivir, también hemos degradado nuestro entorno, ensuciando y envenenando la tierra, el agua y el aire de los que, como los demás seres vivos, dependemos estrechamente.
continuara la próxima semana)
“EL AVANCE IGNOMINIOSO DEL HOMBRE”

(Continuación)

“Envenenando la tierra, el aire y el agua de los que, como los demás seres vivos, dependemos estrechamente”, así concluía nuestra nota anterior.

Hemos construido una tecnosfera monstruosa de ciudades artificiales, industrias y todo tipo de sistemas que se propagan sin cesar y sin considerar el hecho de que el espacio y los recursos cada vez mayores que necesitan se obtienen a expensas de los sistemas naturales y que su proliferación nos ata al dictado de un modo de vida antinatural, mecanizado y congestionado.

Por fin estamos empezando a darnos cuenta que tendremos que pagar un precio muy alto por haber sucumbido a la tentación de intentar remodelar la tierra, como si fuéramos los únicos en habitarla, cuando el planeta es bello y generoso precisamente porque muchas otras formas de vida contribuyen a que sea como es.

Para culminar nuestra obra, hemos aprendido a fabricar el más artificial de nuestros artefactos; la bomba, que puede destruir todo lo necesario a la vida, la humana incluida, en un abrir y cerrar de ojos.

Nuestra unidad con la naturaleza, es el elemento primario de nuestro ser y nos recuerda que todo lo que hagamos para debilitarla, acabará debilitándonos a nosotros, olvidar esto solo puede tener resultados fatales.

Aunque el hombre se ha labrado un rincón privilegiado en un mundo que reclama como suyo, su posición se está volviendo precaria y puede llegar a ser completamente efímera, a no ser que cese de ejercer como el tirano insaciable y obtuso del planeta.

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