En Rioja, cuando cae la tarde y el viento mueve los aguajales como si respiraran, uno entiende que Yacumama no es un pedazo de tierra: es un ser vivo.
Hay lugares que la cartografía nunca logra traducir. Este humedal es uno de ellos. Un espejo de agua que guarda memorias de infancia y un bosque que se levantó a pulso, rama por rama, gracias a la terquedad luminosa de un maestro: el profesor Hugo Vela Díaz, quien dedicó más de cuarenta años a reforestar y proteger este espacio como quien cuida un altar.
Pero hoy, ese altar enfrenta su mayor amenaza: Entre lotizaciones y vida: la última frontera de Yacumama
El alcalde del centro poblado El Porvenir, Gerónimo Humbo Córdova, ha empujado una declaratoria urbana sobre un territorio que jamás debió ser urbanizable.

Un área que la Dirección Regional de Agricultura no pudo titular precisamente por estar dentro del Área de Amortiguamiento del Bosque de Protección Alto Mayo (BPAM). Aun así, sin estudios técnicos ni sustento legal, se pretendió convertir un humedal en lotes. Un bosque en negocio. Un refugio en barrio.
La pregunta es inevitable:
¿Quién puede mirar un aguajal y ver un futuro de cemento?
La población de Rioja lo sabe bien: Yacumama late. Y ese latido no puede ser apagado por un expediente ni por intereses apresurados. Por eso, entre reuniones, recorridos y vigilias espontáneas, ha emergido una propuesta sensata, técnica y humana: la que plantea el ingeniero forestal Manuel Llanos, quien conoce estos suelos como quien conoce sus manos
Su alternativa es clara y poderosa: establecer en Yacumama una Concesión Estatal para Conservación y Turismo Sostenible.
Una figura legal que no exige título de propiedad —porque el terreno ya es del Estado— y que permite proteger el área por 20, 30 o 40 años, renovables. No es un experimento. Ya funciona en Tambopata, Yanayacu, Pacaya y en decenas de áreas amazónicas reforestadas por familias y guardianes anónimos.

Con esta concesión, Yacumama podría tener vigilancia, restauración continua, turismo ecológico regulado, educación ambiental y acceso controlado. Y lo más importante: impediría de manera firme cualquier intento de urbanización futura. Sería, en otras palabras, una garantía de vida a perpetuidad.
Manuel Llanos lo explica con serenidad, casi como si describiera una receta que la selva misma dictó:
“Si queremos que Yacumama respire para siempre, necesitamos una figura legal que esté por encima de cualquier alcalde. Una que no dependa de la política, sino del bosque”.
Mientras tanto, el profesor Hugo Vela sigue caminando su bosque, escuchando el aullar de monos, el canto de una bandada de mana caracos, el crujir de las hojas como quien escucha una oración cada amanecer, al caer el sol durante toda una vida. Él ya hizo su parte, son cuatro décadas que no se improvisan. Lo que queda ahora es que Rioja decida si quiere conservar su memoria o dejar que el cemento borre su último espejo de agua. Por: Beto Cabrera M.



