Acabo de leer un cuento de Monterroso que se llama Mister Thaylor. Es la historia de un gringo raro, que a mediados del siglo pasado hace fortuna con cabezas reducidas, hechas por indígenas de la Amazonía.
Estas cabezas fueron tal éxito que en el norte, nadie era respetado si es que no tenía una cabeza reducida en su hogar. Al punto llegó la necesidad de cabezas, que ya no bastaban las de los seres humanos que morían, sino que hubo que agenciarse de sentencias de muerte cada vez más prolijas, de generación de guerras, todo con el fin de satisfacer la demanda. A tal punto llegó la necesidad que Mister Thaylor se vio obligado a cortarse él mismo la cabeza y enviársela a su principal cliente, mister Rolston, con la nota siguiente: “Perdón, no lo vuelvo a hacer”.
¿A qué viene a colación hacer esta narración? A eso mismo está llegando la desesperación de los mineros por agenciarse de oro de nuestras tierras, que necesitan, para seguir estrujando al suelo la generación de guerras, conflictos, echar a agricultores de sus tierras, en nombre de las necesidades del norte, para que puedan seguir solventando sus lujos, porque el amarillo oro que ellos necesitan en sus cuellos, es más importante que el rojo de la sangre que se derrama a diario en su nombre. Cómo duele el país a veces…