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El Perú no quiere más extremos: Exige trabajo, honestidad y liderazgo

Por: Juan José Marthans, exsuperintendente de Banca y exdirector del Banco Central de Reserva

Estamos al borde del agotamiento. ¿Cómo es posible que este país se gobierne por ignorantes? ¿Cómo es posible que el Congreso esté compuesto, en parte, por delincuentes? Esa no es una pregunta retórica: es el retrato de una realidad que ofende e indigna. La clase política ha cruzado líneas que antes parecían impensables, y la tolerancia ciudadana —alimentada por la indiferencia de élites que observan en silencio— ha permitido que esa degradación se consolide.

Y aquí planteo una interpelación directa: ¿cómo es posible que el frente empresarial permanezca inmóvil? Su respuesta, hasta el momento, ha sido tibia, burocrática y “para dormir”. Reuniones, reflexiones y “financiar think tanks”. ¿Para qué think tanks si quienes deciden el rumbo del país no los leen, no los escuchan, no les importan? La evidencia es contundente: producir ideas sin capacidad de incidencia no transforma una nación. Mientras tanto, el barco se hunde y seguimos generando diagnósticos como si el tiempo fuera infinito.

Hoy vemos a un sector político oscuro, corrupto y poco eficiente, que ha acumulado un poder desproporcionado. Frente a ello, muchos optan por lo fácil: comprar jueces, fiscales, congresistas, periodistas, economistas. Esa fórmula —que por años lubricó la maquinaria del poder— está llegando a su fin. Y 2026 podría ser el punto de quiebre definitivo.

El Perú clama por caras nuevas, propuestas nuevas y gente proba. El país no quiere más mercantilismo, ese que lo ha golpeado por 200 años, ni el extremismo que lo ha sacudido en los últimos ocho meses. No quiere a los Cerrón ni a los extremistas de derecha. Quiere trabajo. Punto.

Y el trabajo no tiene ideología. Lo saben las familias que viven de la actividad informal, que hoy sostiene a una parte mayoritaria de la población. Han sido dañadas por decisiones improvisadas, tomadas entre gallos y medianoche, medidas que comprometen su sustento diario. Y ese golpe no será perdonado.

Este gobierno ha perdido la capacidad de conducir el país. El Perú se está derrumbando con esta gente, sin brújula, sin credibilidad, sin autoridad para tomar decisiones trascendentes. Frente a ello, todas las capas económicas —del emprendedor ambulante al industrial— coinciden en algo inédito: urge un cambio profundo. Pero ese cambio no puede ser un salto al vacío. Debe ocurrir sin fracturas institucionales, preservando el orden legal, pero desbordando la inercia que mantiene a la nación paralizada.

¿Quién habla hoy al verdadero elector? Al ciudadano que define los rumbos del país desde su precariedad y su esperanza. No lo hacen los partidos. No lo hace el empresariado. Ese silencio es un vacío de poder social. Un peligro.

La gran pregunta no es si el Perú cambiará, sino cómo y quién conducirá ese cambio. Y lo hará, inevitablemente, quien tenga la valentía de hablar claro, actuar con decencia y entender que el país no quiere más mediocridad ni dogmas: solo progreso, trabajo y dignidad.

El tiempo del cálculo político ha terminado. El Perú se encuentra frente a una decisión histórica: reconstruirse o hundirse.

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