Por: Alberto Cabrera Marina
El Perú no necesita más sobresaltos, sino señales de rumbo. Y, por ahora, José Jerí tiene la oportunidad -quizá la última- de dar ese golpe de timón que nos devuelva algo de esperanza. En tiempos de desconfianza y fatiga social, la estabilidad no se decreta, se construye con coherencia.
Hoy, más que de costumbre, las empresas y las instituciones públicas saben que la fórmula perfecta combina eficiencia y empatía. Porque en momentos de incertidumbre, el mejor patrimonio de una persona, empresa o institución es la confianza. No bastan los discursos ni las promesas recicladas: el país necesita ver resultados concretos, decisiones firmes y señales claras de liderazgo.
El Estado peruano requiere acciones reales contra la criminalidad, no más anuncios volátiles. El país no puede esperar más. Cada día que pasa sin estrategia ni coordinación es una oportunidad perdida para devolverle tranquilidad a la gente que ya vive con miedo en sus calles.
Esta vez, la consigna “¡Que se vayan todos!” resuena no solo como un reclamo político, sino como un síntoma profundo de desorientación colectiva. Lo que antes fue una demanda de cambio, hoy se ha convertido en un grito existencial: una negación de la clase dirigente sin una propuesta de reemplazo.
La protesta ciudadana es un derecho legítimo y una expresión vital de la democracia. Pero cuando carece de dirección, pensamiento y horizonte ético, se transforma en su contrario: en un ruido que erosiona el sentido mismo de la acción política. Ese ruido no construye, solo desgasta.
En paralelo, el odio se infiltra en el discurso público. Las redes sociales amplifican la furia y disuelven la razón. El grito, que debería ser un llamado a la justicia, se convierte en un espejo del vacío.
Frente a ello, el silencio de las instituciones resulta ensordecedor: ni el Congreso, ni los partidos, ni las universidades están cumpliendo su papel formador y orientador.
Necesitamos recuperar la palabra responsable, aquella que transforme el grito en propuesta y el silencio en reflexión. Solo así el país podrá salir del círculo de la ira y volver al camino de la razón democrática.
Porque poco —muy poco— es lo que estamos haciendo para recuperar la confianza. Y sin confianza, ningún gobierno, empresa ni ciudadano podrá sostener el país que decimos querer construir.