Historias de Tarapoto, 33

Por Willian Gallegos Arévalo

¿Cómo no seguir hablando del fútbol tarapotino si es algo realmente fascinante? ¿Cómo no seguir recordando a sus glorias que llenaron de furor nuestras tardes domingueras y en esos tiempos en que los políticos todavía eran decentes y confiables? El fútbol es, pues, nuestra pasión, pero es una pasión noble en donde no encontramos los insultos, como en el fanatismo político donde el sujeto que pareciera ser decente desciende a los abismos de la vulgaridad.

El fútbol tarapotino desde finales de los años cincuenta se nutrió de la calidad de los huallaguinos, donde Picota, Pucacaca, Pilluana, Shimbillo, Sauce y Shapaja eran los principales proveedores de estos adalides, seguido de los cuñumbuquinos y zapaterinos. El fútbol es ese deporte que nos hermanó, al comienzo, pero que devino después en un peligro social. Recuerdo que un match era como participar en un cenáculo familiar y amical, también para el humor. Hubo aficionados sempiternos como Guillermo Zambrano Venegas y Alfonso Arévalo Gardini que, cuando se concentraban en un partido que pasaban por la radio portátil que solían llevar al estadio, el mundo parecía desaparecer tras ellos. Después del aprismo, que era una religión para don Guillermo, el futbol parecía llenar sus días.

Pero seguiremos escribiendo de la Unión Católica, pues era el club de los llamados “principales” (“gente principal” llamaba Don Quijote a la gente de alcurnia, pero que en esta crónica tiene otro fin, que no es el del abolengo y prosapia).

Sin embargo, voy a seguir recogiendo lo escrito por Palermo Delgado, pero sin el propósito de aburrirles a los lectores. Vamos a recordar a esos jugadorazos que matizaron las tardes domingueras, mientras que, a nivel nacional, se escuchaban las trasmisiones radiales del argentino Oscar Artacho Morgado, Alfonso “Pocho” Rospigliosi Rivarola y a Manuel Salinas Salamanca trasmitiendo los partidos que se jugaban en Lima. ¡Eran otros tiempos!

La portería de la escuadra cristiana se conformó en sus diferentes etapas, con Alejandro “Caimán” Sánchez, Israel “Chazuta” Amasifuén, Miguel Ramírez, Yomona (un policía), Pío San Martín Morey, Manuel Fasanando, Gilberto “Feijoo” Flores y Wilfredo “Lamas” Valera. Años después llegaría el esterino (Cuñumbuqui) Eduardo Sánchez Flores, de quien escribí que, cuando Eloy Ruiz Trigozo proyectaba un potente tiro desde su posición de la defensa caleña, volaba a atrapar la pelota con el brazo izquierdo extendido y llevando la Biblia en la mano derecha.

Desde la mañana del domingo ya se vivía la emoción del fútbol, más aún si el encuentro sería contra el Cali AFA, el clásico del futbol tarapotino. Tenían una sana rivalidad y muchos de ellos en las noches casineaban en el Club Social San Martín. Recuerdo haberle visto a Carlos “Sívori” Vidaurre García, con el uniforme católico ya puesto y con sus botines Player caminando entre su inmenso bazar, en la primera cuadra del jirón Martínez de Compañón, y la Plaza de Armas. Sus expresiones denotaban tensión al máximo. No era para menos. (Comunicando Bosque y Cultura).

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