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lunes, abril 21, 2025
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LA GRAN ESTAFA

Por: Rafael Belaunde Aubry

La Gran Estafa”, libro del cajamarquino Eudocio Ravines escrito a mediados del siglo pasado, describe la sumisión y el fanático fervor con el que se sometió al comunismo y el brutal desencanto que, con el paso del tiempo, le produjo esa religión laica. Experimentar en carne propia las miserias del totalitarismo y constatar la degradación moral de los abanderados internacionales de esa secta perversa que promueve el odio, la envidia y el resentimiento, lo sumió en la desolación y el arrepentimiento. 

Al abolir la libertad, el comunismo no sólo despoja al individuo de sus derechos inalienables y de su dignidad más elemental hasta dejarlo inerme, sino que el poder omnímodo acaparado por sus líderes termina sometiendo a la colectividad hasta convertirla en rebaño.

Aparte de compartir sus angustias, el autor también comparte memorias de juventud, entre las que destaca su experiencia estudiantil. Recuerda con asombro la versatilidad de su profesor de castellano y su vasto y admirable conocimiento de los clásicos, y a otro maestro que conmovía a los alumnos hasta las lágrimas describiendo el proceso a Sócrates, o los sorprendía recitando fragmentos de Esquilo, Eurípides, Sófocles o Platón. Un tercer profesor se deleitaba y deleitaba al alumnado, relatando los desvaríos de los Borgia y exaltando la figura y el pundonor de Martín Lutero (que terminaría fomentando tantos atropellos como los del Santo Oficio, digo yo). Por último, el profesor de geografía conducía a sus alumnos, “como en una alfombra mágica”, a través de un paseo virtual por el Támesis y el Sena o por las catedrales góticas de Chartres, Notre Dame o Burgos.

Aquellos sobresalientes maestros no enseñaban en el Roosevelt, ni el Santa María, ni en el Markham de Lima, colegios que por aquellos tiempos ni siquiera existían; ejercían la docencia en el Colegio Nacional San Ramón de Cajamarca.

¿Cómo explicar la involución desde los niveles de excelencia de principios del siglo pasado al lamentable nivel actual? Hasta mediados del siglo pasado la educación pública, particularmente la secundaria, era un servicio orientado a las élites de Lima y de las capitales departamentales, y al haberse extendido el servicio educativo a todos los sectores sociales, hasta abarcar recónditos lugares de nuestra geografía, la calidad del mismo no pudo sostener el excelente nivel de antaño. La calidad de la oferta, pues, sufrió un drástico deterioro.

Hurgando un poco más se constata que los profesores de nuestros tiempos han sido timados por el sistema de educación pública actual, el mismo que antepone la pedagogía al conocimiento. Creer más importante el método de enseñanza que el dominio de la materia que se enseña constituye la raíz del problema. El que “enseña” lo que no domina, engaña, según lúcida afirmación de Jesús G. Maestro, catedrático de literatura de la universidad de Vigo, España. De lo contrario, quienes con nobleza respondieron al llamado de la vocación magisterial cumplirían exitosamente su tarea, pero lamentablemente no es así, tal como se desprende del pobrísimo rendimiento académico de los alumnos y del desalentador resultado de las evaluaciones de los maestros.

Para reconstruir la educación pública se requiere, en primer lugar, exigir verdadera competencia en la materia que se pretende enseñar, para lo cual la participación fiscalizadora de los padres de familia es fundamental, porque no se puede ni debe confiar en el tamiz burocrático. Urge también instaurar la meritocracia y la consecuente diferenciación retributiva para incentivar a los buenos maestros. Adicionalmente, se debe apelar a los métodos informáticos para suplir las múltiples carencias e, incluso, proceder a desconocer los títulos otorgados por institutos seudo pedagógicos, dedicados a engañar a aspirantes a docente. Igualmente, importante, por lo menos en el ámbito urbano, sería entregar bonos a los padres de familia que lo requieran para que escojan donde educar a sus hijos y para que puedan optar por la educación privada, utilizando esa subvención, si lo juzgaran conveniente. Finalmente, habría que incorporar al magisterio profesionales de diversas ramas porque el conocimiento es mucho más importante que el método con el que éste se trasmite.

Reconociendo y desnudando con patriotismo las carencias, fomentando la competencia, y reduciendo la injerencia de las argollas, la educación pública recuperaría la calidad que se requiere para que las nuevas generaciones enfrenten con éxito su futuro, éxito que sería también el del Perú.

A principios del siglo XX la educación pública beneficiaba a unos cuantos privilegiados. Hoy, privilegia los intereses gremiales del magisterio. El reto es privilegiar a los alumnos.

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