Por la Decana del Colegio de Periodistas del Perú –San Martín
Dicen, con esa sabiduría popular que a veces huele a naftalina, que hay trabajos hechos para hombres. Que ciertos cargos vienen en “talla grande”, diseñados para hombros anchos, voces graves y decisiones sin titubeos. Yo, mujer de 36 años, acabo de pasar casi dos años desmintiendo esa teoría ridícula, como quien se prueba un saco que le dicen que le quedará grande, pero termina acomodándose perfecto si se tiene la actitud correcta… y un poco de irreverencia, que nunca viene mal.
Cuando asumí el Decanato del Consejo Regional San Martín para el periodo 2024–2025, no faltaron los susurros: “¿Estás segura?”, “Ese cargo pesa”, “Pobrecita, no sabe dónde se mete”. Lo dijeron con esa condescendencia maquillada de preocupación, como si una mujer no estuviera hecha para cargar estructuras, para tomar decisiones o para navegar tormentas institucionales. Lo curioso es que llevo toda mi vida haciendo cosas que, supuestamente, no eran para mí. Y como soy terca por vocación, las asumí todas con el mismo ingrediente secreto: apasionamiento, ese fuego que me hace ir de frente y sin miedo.
Ser la primera mujer en ocupar este cargo desde la fundación del Consejo, allá por 1985, no solo fue un hito; fue una pequeña revolución doméstica dentro de la historia profesional de la región. No busqué ser la primera. Simplemente llegó el momento, y cuando llega, una no se esconde: respira, se endereza, sonríe con picardía y dice “vamos, pues”.
Y así entré.
No como una intrusa.
No como una excepción.
Entré porque era mi turno. Porque me lo gané. Porque quería. Porque podía.
Durante estos dos años, intensos, vertiginosos, a ratos agotadores y a ratos gloriosos, puedo decir, sin pestañear, que logramos mucho. Y lo logramos no porque teníamos grandes presupuestos, o porque la suerte nos sonrió, sino porque las cosas se hicieron con buena voluntad, con humanidad, con empatía, y con ese deseo genuino de ver a todos los hombres y mujeres de prensa de San Martín caminar hacia un periodismo más digno. Sí, ya sé que suena a cliché eso de “periodismo ético y responsable”, pero hay clichés que son verdades incómodas y necesarias.
Ryszard Kapuściński decía que para ser periodista hay que ser buena persona, porque solo así puedes ponerte en los zapatos del otro. Y aunque nos acusen de idealistas por repetirlo, ese principio sigue siendo la brújula que muchos no han aprendido a utilizar. En lo personal, este decanato me enseñó que también para dirigir hay que ser buena persona. Que un cargo sin humanidad es solo un adorno burocrático. Que la verdadera autoridad viene de la coherencia, no de la placa en la puerta.
Ser decana me hizo aprender como si hubiera cursado un posgrado acelerado; me hizo conocer cosas y personas que nunca hubiera imaginado; me hizo crecer, y no solo en lo profesional. Crecí como ser humano. Perdí “amigos”, sí, con comillas bien colocadas, porque la amistad que se rompe porque una mujer asume liderazgo nunca fue amistad. Pero también gané nuevos aliados, colegas valientes que confiaron en mí desde el primer día y lo siguen haciendo hoy.
Quiero cerrar esta etapa con broche de oro, como suelo hacer las cosas importantes. Como todo lo que he hecho en mis 36 años, me siento satisfecha, profundamente satisfecha. Y créanme, esa satisfacción no la compra ningún diploma ni la regala ningún elogio. Esa satisfacción es mía, ganada con horas de trabajo, con decisiones difíciles, con lágrimas tragadas a tiempo y sonrisas bien puestas.
Ayer, además, fue un día especial: se realizaron las Elecciones Generales 2025 en todo el Perú. Ganó la Lista 1 del periodista Andrés Zúñiga para el Consejo Directivo Nacional, y aquí en San Martín se eligió a la lista única encabezada por Aroldo Cárdenas, periodista, colega y amigo. Conozco su espíritu, su energía y la calidad humana de su equipo. Sé que harán grandes cosas. Porque cuando uno hace las cosas con amor, las cosas salen. Y cuando uno las hace con pasión, y Aroldo es un apasionado, no hay pierde.
Los periodistas y comunicadores sociales de esta región hemos demostrado que, pese a todas las dificultades, podemos levantarnos, organizarnos, capacitarnos y aportar. Podemos ser mejores cada día. Podemos construir una comunidad profesional que no se rinde. Que no calla. Que no baja la cabeza.
Y aunque muchos nos tiren estiércol, sí, estimados lectores, estiércol, en toda su aromática literalidad, aquí seguimos. Firmes. Más repotenciados que nunca. Porque si hay algo que hacemos bien los periodistas es convertir las adversidades en historias, y las historias en fuerza.
Todo valió la pena. Cada desvelo, cada reunión, cada crítica, cada abrazo, cada pelea ganada y cada batalla aprendida. No sé si rompí algún techo de cristal, pero sí sé que caminé con paso firme sobre un piso que muchos creían ajeno.
Porque, y aquí entre nos, si alguien piensa que con entregar el cargo se apaga la llama, que venga y me lo diga de frente… pero que traiga café, del fuerte, del que despierta conciencias y remueve telarañas institucionales.
Yo no termino aquí. No me guardo en una gaveta. No me jubilo del ruido, ni del vértigo, ni de esa manía mía de meterme donde se necesitan manos, ideas o simplemente coraje.
Porque Karina Roncal Alva no se retira: se reinventa.
No baja el volumen: cambia de canción.
No se va: se multiplica.
Sigo con aroma a café, ese aroma que se mete por las rendijas, que despierta, que provoca, y con muchas sorpresas más. Porque soy así, qué le vamos a hacer: estoy en todas. En las mesas donde se debate, en los pasillos donde se susurra, en los proyectos que otros creen imposibles, en las causas que duelen y también en las que enamoran.
Y si a alguien le pica, que se rasque. Y si a alguien le molesta, que se acomode. Porque esto no fue un cierre. Fue, más bien, un intermedio delicioso antes de lo que viene. Y lo que viene, créanme, huele a café recién pasado, a tinta fresca, a desafío y a revolución… de esas que empiezan en silencio y terminan haciendo ruido.
Aquí estoy.
Aquí sigo.
Y falta lo mejor.



