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Los tóxicos también usan perfume (y te culpan cuando se les acaba)

Hay temas que suenan tan gastados como canción de karaoke un sábado a las tres de la mañana, pero que seguimos sin atrevernos a cantar en voz alta. Uno de ellos es la toxicidad. No la del aire, ni la de los alimentos ultraprocesados, sino la que camina, sonríe, te escribe “amix” por WhatsApp y te deja el corazón lleno de residuos emocionales. Sí, esa toxicidad con patas que se disfraza de amistad.

Nos encanta hablar del amor tóxico, parejas que se aman a gritos y se reconcilian a empujones, o de la familia que usa el chantaje emocional como si fuera una receta heredada de la abuela. Pero casi nadie menciona a los amigos disfrazados, esos que parecen hechos a medida hasta que te atreves a decir “no”. Ahí es cuando mutan, como si de pronto se activara su modo Hulk emocional: se ponen verdes de ira, rompen todo a su paso y después juran que fuiste tú quien provocó la explosión.

Mientras los complaces, te aman; mientras los escuchas, te adoran; mientras los aplaudes, te veneran. Pero si cometes el imperdonable error de no estar disponible para su drama existencial número 78, se ofenden. Te bloquean, te borran, te dejan en visto con la velocidad de un político negando su vínculo con un caso de corrupción. Y tú, inocente criatura emocional, te preguntas qué hiciste mal. Hasta te sientes culpable.

Error número uno: pensar que un amigo tóxico se molesta porque le hiciste daño. No, se molesta porque dejaste de serle útil. Porque la amistad, para ellos, no es un intercambio de afecto, sino una membresía exclusiva de adoración perpetua. Si no les das su dosis diaria de atención, te declaran la guerra fría.

Y ahí vas tú, con tu buena fe y tu autoestima tambaleante, buscando reconciliarte, creyendo que fuiste injusta, pidiéndole disculpas a quien debería darte un manual de advertencia. Hasta que el tiempo, ese gran terapeuta sin título, te abre los ojos y entiendes que te hicieron un favor: se fueron. Desaparecieron. Se autoexiliaron de tu vida, y eso, mis queridos lectores, es el equivalente emocional a limpiar tu clóset y descubrir que por fin respiras.

Porque el problema no es tener enemigos, eso está claro. El verdadero peligro está en tener amigos que te apuñalan con sonrisa de selfie. Los mismos que te decían que fulano era un hipócrita y ahora almuerzan con él para hablar mal de ti. La traición en versión gourmet: se sirve fría, con foto y filtros para Facebook.

Y sí, dirán algunos que hablar de esto es de “gente dolida”. Pues claro que sí, dolida y curada, que es distinto. Porque reconocer la toxicidad ajena es un acto de amor propio, no de soberbia. Ser selectivo con tus amistades no te convierte en altivo, te convierte en inteligente emocionalmente. Cuidar tu zona de confort, tu energía y tu paz mental no es egoísmo; es supervivencia emocional en tiempos de caos.

Y hablando de caos, qué mejor ejemplo que el contexto actual: elecciones que parecen reality shows, candidatos que gritan más que proponen, y redes sociales convertidas en coliseos de gladiadores digitales. Todos insultan, pocos argumentan. Todos opinan, nadie escucha. Y en medio de esa jungla emocional, ¿vas a permitir que la toxicidad también se instale en tu vida privada? No, por favor. ¡Basta de alquilarle espacio mental gratis a quien no paga ni con afecto!

Hay que hacer limpieza profunda, pero no de casa, sino de vínculos. Hay que fumigar la energía, trapear las emociones y ventilar el alma. Porque no hay nada más liberador que caminar por la calle sin sentir que arrastras fantasmas disfrazados de amistades. No saben lo delicioso que es salir y sentir buena vibra, recibir un saludo sincero, un abrazo que no mide conveniencias.

Las redes también cambian de color cuando uno limpia el entorno: los mensajes se vuelven más amables, los comentarios dejan de ser pasivo-agresivos, y uno empieza a atraer a la gente correcta. Es como si la vida, al verte menos contaminada, te premiara con energía nueva.

Y entonces entiendes algo que suena simple, pero cuesta años de terapia y decepciones descubrir: quien se aleja al dejar de beneficiarse nunca fue tu amigo, fue tu consumidor emocional. Te usó, te drenó, y cuando ya no quedaba combustible, buscó otra gasolinera emocional donde llenar su ego.

Así que no te culpes por cerrar puertas. No estás siendo cruel, estás siendo coherente. No estás rompiendo vínculos, estás sellando fugas de energía. Y eso, en tiempos de ruido, ansiedad y egos inflamados, es un lujo espiritual.

En resumen, no hay nada más saludable que dejar ir a los tóxicos y agradecerles su paso por tu vida, porque toda plaga enseña algo. Al final, los buenos amigos son como el aire limpio: no siempre se ven, pero se sienten. Y los otros, los disfrazados, son como el humo: te ciegan, te asfixian y desaparecen cuando sopla el primer viento de verdad.

Así que, si últimamente te quedaste con pocos amigos, felicidades. No estás solo ni sola, estás libre. Porque los tóxicos también usan perfume, pero ya aprendiste a reconocer su olor.

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