
Me dice que fui el que más problemas le dio para nacer, el primero de sus seis hijos y el primero también en decirle Mamá. Me la imagino llorosa e inmensamente feliz al escuchar a ese pequeño, que emergió de su ser, llamándola mamá como el sonido de algún instrumento celestial. ¿Habrá palabra más hermosa que ésa en los labios de un hijo y en los oídos de una madre? Mamá.
Dejaste tu tierra, la tierra de los tuyos, para seguir a mi padre. Me dirías después que no fue en realidad tanto por él sino por mi hermanito menor y yo que decidiste dejarlo todo y venirte con mi padre al lugar de donde él había salido, Lamas. Y aquí se tejió el resto de tu historia con nosotros tus hijos, con tu esposo que amas y de quién reniegas también a veces, pero nunca demasiado en realidad.
Siempre me viene a la memoria la imagen de mi madre sentada en la vereda y mi padre echado, recostando su cabeza en el regazo de la mujer amada, aquella guerrera de mil batallas, flor del ande que supo arrebatar para sí y para nosotros, sus hijos. El amor es también cuestión de suerte, por qué no creerlo. Me gusta pensar que mi papá tuvo la mejor de las suertes con mi madre.
Si alguna vez renegué de tener que salirme a la calle a vender o chupetes o aguaje o golosinas, mayormente golosinas; pues la vida me ha enseñado el valor de cada uno de mis pasos, de cada pisada que he andado con tu guía, tus palabras y tu ejemplo y que no tengo sino el privilegio de tenerte conmigo. Nada que reclamarte, todo que agradecerte.
La mujer que me supo enseñar el valor del trabajo, así como muchas esforzadas mujeres lo hacen día a día en nuestra patria donde el valor del pan y la sonrisa las pagas con arduo trabajo día a día. La mujer que me consoló mis primeras lágrimas, esas veces que me lastimaba por mi torpeza y esas otras veces que salía mal herido el corazón por un amor no correspondido. La mujer que me acercó a Dios, de pequeño, con esa fe suya transparente, dulce. La mujer que llora mis ausencias, y a quién debo tantos regalos que mi flaca billetera no puede comprar.
Me queda esa deuda contigo (varias deudas en realidad, el hijo que más platos y espejos te ha roto en casa) conocer a la que llamarás hija, por ser la que me dé su amor y una su vida a la mía. Y espero saldar esa deuda contigo, no sé si pronto, madre mía.



