Por: Ludwig H. Cárdenas Silva
San Martín, corazón del nororiente peruano, es un territorio privilegiado por la naturaleza. Su biodiversidad única, sus paisajes exuberantes y la riqueza cultural de sus pueblos originarios la convierten en una joya amazónica. Sin embargo, este paraíso natural enfrenta una amenaza creciente: el desordenado avance urbano y rural, la presión sobre sus ecosistemas y la falta de políticas efectivas ponen en riesgo su sostenibilidad.
En este escenario, el turismo sostenible no solo representa una alternativa viable, sino una necesidad urgente. Esta actividad no se reduce a generar ingresos, sino que puede convertirse en una poderosa herramienta de conservación, revalorización cultural y desarrollo equilibrado. El desafío está en hacerlo bien: con reglas claras, participación de los empresarios, las comunidades locales y profundo respeto por los límites del entorno natural.
San Martín alberga Áreas Naturales Protegidas de gran importancia como el Parque Nacional Río Abiseo, Patrimonio Mixto de la Humanidad, el Parque Nacional Cordillera Azul, el Bosque de Protección Alto Mayo y el Área de Conservación Regional Cordillera Escalera. Estos espacios son refugio de especies endémicas, muchas de ellas en peligro de extinción. A ello se suman comunidades indígenas como los Awajún y Kichwa, que conservan prácticas ancestrales y una estrecha relación con su territorio. Su participación en el turismo vivencial ofrece al visitante una experiencia única y auténtica.
Pese a este enorme potencial, la región no ha logrado integrar el turismo como eje estratégico. La expansión urbana sin planificación, las lotizaciones informales y la presión agrícola están deteriorando los paisajes, contaminando fuentes de agua y afectando la calidad de vida de sus habitantes. Si no se corrige este rumbo, el turismo —y muchas otras actividades económicas— se verán directamente perjudicadas.
Hablar de turismo sostenible implica lograr un equilibrio entre el desarrollo humano, la conservación ambiental y el bienestar de las poblaciones locales. En San Martín, esto debe involucrar tres líneas de acción fundamentales: manejo responsable del territorio, participación comunitaria e infraestructura verde.
No todos los destinos pueden recibir la misma cantidad de visitantes. Herramientas como la Capacidad de Carga Turística y los Límites de Cambio Aceptable permiten regular el flujo de turistas según la vulnerabilidad del ecosistema. Espacios como la naciente del río Tioyacu, las reservas de Santa Elena, Tingana o el Bosque de las Nuwas requieren urgentemente estos controles para evitar daños irreversibles.
A la par, el turismo debe beneficiar directamente a las comunidades. En lugares como Miguel Grau, Santa Elena o Tingana, se ha demostrado que la organización comunal puede generar ingresos conservando el bosque. Pero aún queda mucho por hacer: gran parte de estos emprendimientos se manejan empíricamente, sin formación técnica ni capacitación en atención al cliente o marketing. Invertir en conocimiento y en certificaciones internacionales es clave para mejorar la oferta y garantizar su sostenibilidad.
El tercer eje tiene que ver con la infraestructura. Los alojamientos deben adaptarse al entorno, usar energías limpias y contar con sistemas adecuados de tratamiento de residuos. Asimismo, es necesario promover formas de transporte no contaminantes como bicicletas, canoas o caminatas. Estas prácticas no solo reducen el impacto ambiental, sino que enriquecen la experiencia del turista moderno, cada vez más interesado en destinos auténticos y comprometidos con la conservación.
Un turismo bien gestionado genera beneficios que trascienden lo económico. Las áreas con turismo regulado presentan menos deforestación; las identidades culturales se fortalecen al revalorarse saberes tradicionales como la gastronomía, la medicina natural o la artesanía; y se diversifica la economía en una región que aún depende excesivamente de la agricultura.
A pesar de estos beneficios, San Martín enfrenta obstáculos serios. El principal es la falta de voluntad política: el turismo sigue recibiendo presupuestos reducidos, sin ser considerado un sector estratégico en la mayoría de municipalidades ni en el gobierno regional. Además, el crecimiento urbano descontrolado impulsado por empresas inmobiliarias amenaza con destruir ecosistemas, contaminar ríos y eliminar espacios que podrían aprovecharse para el turismo y la recreación.
El cambio climático también se ha hecho sentir. Sequías, lluvias intensas, inundaciones e incendios forestales son cada vez más frecuentes y afectan directamente al turismo, que depende de la estabilidad ambiental.
Frente a esto, hay acciones concretas que pueden marcar la diferencia: exigir a las autoridades un ordenamiento territorial que respete la naturaleza; incluir el turismo como eje de los planes de desarrollo regional y local; desarrollar campañas de educación ambiental en colegios, institutos y universidades; y ofrecer incentivos fiscales a las empresas que apuesten por prácticas sostenibles.
San Martín tiene todo para convertirse en un modelo de turismo sostenible: paisajes excepcionales, culturas vivas, comunidades dispuestas a innovar. Pero su futuro no puede estar a merced de la improvisación. Preservar sus ríos, bosques y tradiciones no es una opción, sino una urgencia. El momento de actuar es ahora. Porque la pregunta de fondo no es solo cómo atraer turistas, sino si seremos espectadores de la destrucción o protagonistas de un cambio verdadero.