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sábado, mayo 4, 2024

¡Los chazutinos bailan lindo y joden!

Alguna vez escribí que no hay seres más felices en el mundo que los chazutinos. Es un don que la naturaleza les dio por vivir en el paraíso, o lo adquirimos por contagio al ser parte de esa vivencia. No estoy mintiendo. Pero, ¿cómo no ser felices por ser parte de una naturaleza pródiga, ubérrima y, cuando no, mística, donde el Aquilino Chujandama hace maravillas con sus brebajes y mejunjes? La naturaleza quiso también darle a Chazuta el don de tener las mujeres más bellas donde Las Vaquerinas pasean con donaire sus danzas adornadas con su natural belleza. Chazuta es la tierra del elixir y la ambrosía.

Otra cualidad del que gozan los chazutinos es el de saber bailar y ser grandísimos pendejos sin malas intenciones. Su carácter avispado y agudo hace que mientras los otros recién salen de camino, el chazutino ha ido, regresado y ha vuelto a irse. Pero es al tema del título de la presente crónica al que me voy a referir. Y esto es lo que a usted le llamó la atención. Porque en el bailar encontramos uno de esos placeres que solo disfrutan los dioses. Los chazutinos bailamos como nadie lo hace en el mundo.

Era en las fiestas bailables donde los chazutinos daban rienda suelta a esa particular manera de ser, siendo expresión de una joda sana tremendamente graciosa y he sido testigo presencial durante el tiempo que viví en el pueblo cuando mi infancia y adolescencia, época en que todos aprendemos a subir al pijuayo. Las fiestas bailables concitaban el interés general, tanto que desde los fundos lejanos venían los pobladores para formar parte de esa legión de embelecos y ver en vivo y en directo quienes serían parte del baile de la noche, cuando los embelecos, que se apostaban en puertas y ventanas daban rienda suelta ese sentido de humor único. Parodiando a Chacalón: Cuando los chazutinos bailaban, los bosques vibraban. Vamos a recordarlo.

Aquella noche la fiesta arrancó con un conocido merengue donde la Floripes se movía como queriéndonos hacer querer su poto. Cuando el Olson pasó bailando junto a la puerta, alguien gritó: “¡No le creas al Olson! ¡Sentado orina!!”. A lo lejos, el Julio Tito y el Víctor Hugo bailaban con parsimonia y elegancia. Los mirones decían entonces: “Ya las hembras están en sus talegas”. El ritmo de La Piragua hizo del salón del entonces Concejo Municipal un loquerío. Todos parecían estar en un frenesí descontrolado; para su mala suerte el Asunción pasó junto a las dos puertas y ventanas y el Isidro Panaijo advirtió severo: “¡Oye, Sophia, no le hagas caso al Ashuco, a las justas te va a shicsinear con su ashi ullito!”. De repente, casi en coro todos los embelecos gritaron: “¡Mírenle al Darwin Rosquete, ídem hombre ya dice baila este cojudo!”.

La fiesta, a las doce de la noche, llegó a su clímax. La Bombay de Sauce, con el clarinete del maestro Torres, hacía furor y los bailarines se habían olvidado del futuro. Los bailes eran la continuidad de ese universo de integración de todos los pobladores en una maravillosa simbiosis. Haciendo historia, un grupo de Juan Guerra –probablemente antecesores de “Los Amautas”–, sería el grupo que inauguraría las fiestas con orquestas en 1960. Después de La Bombay llegarían los shapajinos “Los gatos negros”, de Roberto Nieves. Con esta orquesta moví el esqueleto sacando chispas del piso, compartiendo mezclas de sobaquinas y sudando como sajino perseguido por perros sisurrientos y muertos de hambre. [Asociación Comunicando Bosque y Cultura].

Alguna vez escribí que no hay seres más felices en el mundo que los chazutinos. Es un don que la naturaleza les dio por vivir en el paraíso, o lo adquirimos por contagio al ser parte de esa vivencia. No estoy mintiendo. Pero, ¿cómo no ser felices por ser parte de una naturaleza pródiga, ubérrima y, cuando no, mística, donde el Aquilino Chujandama hace maravillas con sus brebajes y mejunjes? La naturaleza quiso también darle a Chazuta el don de tener las mujeres más bellas donde Las Vaquerinas pasean con donaire sus danzas adornadas con su natural belleza. Chazuta es la tierra del elixir y la ambrosía.

Otra cualidad del que gozan los chazutinos es el de saber bailar y ser grandísimos pendejos sin malas intenciones. Su carácter avispado y agudo hace que mientras los otros recién salen de camino, el chazutino ha ido, regresado y ha vuelto a irse. Pero es al tema del título de la presente crónica al que me voy a referir. Y esto es lo que a usted le llamó la atención. Porque en el bailar encontramos uno de esos placeres que solo disfrutan los dioses. Los chazutinos bailamos como nadie lo hace en el mundo.

Era en las fiestas bailables donde los chazutinos daban rienda suelta a esa particular manera de ser, siendo expresión de una joda sana tremendamente graciosa y he sido testigo presencial durante el tiempo que viví en el pueblo cuando mi infancia y adolescencia, época en que todos aprendemos a subir al pijuayo. Las fiestas bailables concitaban el interés general, tanto que desde los fundos lejanos venían los pobladores para formar parte de esa legión de embelecos y ver en vivo y en directo quienes serían parte del baile de la noche, cuando los embelecos, que se apostaban en puertas y ventanas daban rienda suelta ese sentido de humor único. Parodiando a Chacalón: Cuando los chazutinos bailaban, los bosques vibraban. Vamos a recordarlo.

Aquella noche la fiesta arrancó con un conocido merengue donde la Floripes se movía como queriéndonos hacer querer su poto. Cuando el Olson pasó bailando junto a la puerta, alguien gritó: “¡No le creas al Olson! ¡Sentado orina!!”. A lo lejos, el Julio Tito y el Víctor Hugo bailaban con parsimonia y elegancia. Los mirones decían entonces: “Ya las hembras están en sus talegas”. El ritmo de La Piragua hizo del salón del entonces Concejo Municipal un loquerío. Todos parecían estar en un frenesí descontrolado; para su mala suerte el Asunción pasó junto a las dos puertas y ventanas y el Isidro Panaijo advirtió severo: “¡Oye, Sophia, no le hagas caso al Ashuco, a las justas te va a shicsinear con su ashi ullito!”. De repente, casi en coro todos los embelecos gritaron: “¡Mírenle al Darwin Rosquete, ídem hombre ya dice baila este cojudo!”.

La fiesta, a las doce de la noche, llegó a su clímax. La Bombay de Sauce, con el clarinete del maestro Torres, hacía furor y los bailarines se habían olvidado del futuro. Los bailes eran la continuidad de ese universo de integración de todos los pobladores en una maravillosa simbiosis. Haciendo historia, un grupo de Juan Guerra –probablemente antecesores de “Los Amautas”–, sería el grupo que inauguraría las fiestas con orquestas en 1960. Después de La Bombay llegarían los shapajinos “Los gatos negros”, de Roberto Nieves. Con esta orquesta moví el esqueleto sacando chispas del piso, compartiendo mezclas de sobaquinas y sudando como sajino perseguido por perros sisurrientos y muertos de hambre. [Asociación Comunicando Bosque y Cultura].

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