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sábado, mayo 4, 2024

4 meses en espera

Gente bailando, vehículos de reliquia, calles que cuentan  historias, playas que mojan el cuerpo y el alma. Hace 5 meses fui feliz y amé el año 2020. Hoy recuerdo con melancolía esos momentos, hoy quiero retroceder el tiempo y pensar que todo esto es una película de terror, una película de esas que terminan en 2 horas y todo vuelve a la normalidad.

Jamás me imaginé que regresando de Cuba empezaría el vía crucis, primero, una simple gripe de mi madre acabó siendo el detonante para que muchas personas empiecen a pensar que se trataba de ese virus aún desconocido. Era inicios de marzo y aquel nuevo coronavirus aún no se asomaba al Perú y menos a San Martín, por lo que esto generó que los chismes y los señalamientos a mi casa fueran constantes, hasta que la prueba salió negativa y todos felices y tranquilos. Ya no señalaban, ahora se acercaban ¡Hipócritas!

A unas dos semanas, el presidente Martín Vizcarra nos envió a confinamiento social, así que todos teníamos que quedarnos en nuestras casas, al principio parecía una medida extrema, pero el paso del tiempo nos aclaró que fue necesario, pues los contagios  y las muertes desde el 17 de marzo hasta la fecha, son terroríficas.

Pasó el tiempo, apareció el primer caso en San Martín, un “Apu” al que querían linchar, lo culpaban de traer el virus, sin embargo, las cosas seguían iguales, por tanto los contagios se multiplicaron. Vizcarra nuevamente tomó nuevas decisiones, como extender el aislamiento social y hacer de uso obligatorio las mascarillas y así fue, todos con tapa bocas.

Se extendió de 15 a 15 el aislamiento social, para ese entonces el país ya sufría contagios y muertes. Loreto agonizaba por falta de oxígeno, al igual que Piura y Chiclayo, pero San Martín todavía se sentía intocable, pero en menos de lo que canta un gallo, las cosas cambiaron.

San Martín, de marzo hasta la fecha ya viene sufriendo las consecuencias. El sistema de salud ha colapsado, el mercado negro se hizo presente comercializando oxígeno, los medicamentos se triplicaron en costos, las colas en las boticas y farmacias se parecen a las que hacían en la época de gobierno de Alan García. Y bueno, nuestras autoridades siguen indolentes, no están a la altura de la situación ni a la altura de esta hermosa región. Pero ahí están los funcionarios, escondidos en sus casas, cuidándose para no contagiarse, mientras que la población suplica  por medicamentos y oxígeno. Imploran misericordia y lloran por la muerte de familiares y amigos.

Dalmacio Hidalgo, Pedro “Chocherita” Farfán y Alfonso del Águila, algunos de mis amigos a los que perdí por culpa del Covid 19. Pero no solo son ellos, también están los profesores, los médicos, los bomberos, las enfermeras, el señor que vendía dulces, la mujer que murió en la puerta del hospital o el que murió en un mototaxi. ¿Son muchos no? Lo son y duele, claro que sí.

Por muchos días he llorado la muerte de mis amigos. Y siento un miedo constante de que mi esposo que es periodista se pueda contagiar y que mi familia también. Esa sensación es perturbadora  y como yo, muchos pasan por lo mismo.

¿Qué hacemos ante esto? Dicen que esta pandemia requiere PACIENCIA y es cierto, aunque para ser sincera, cuesta demasiado tenerla, pero es necesaria.

Pero todos necesitamos tener:

-Paciencia para hacer cola y pagar los servicios que no se pueden hacer por internet, con todo el temor de contagiarse.

-Paciencia para sobrevivir sin trabajo.

-Paciencia para aguantar los síntomas de la enfermedad.

-Paciencia para dejar de ver a tus seres queridos.

-Paciencia para no caer en depresión al ver morir a tantos amigos y familiares.

-Paciencia para aguantar que abusen con los precios de medicina y oxígeno.

-Paciencia para realizar los protocolos de seguridad y evitar contagiarse.

-Paciencia para andar con mascarilla, guantes, lentes y caretas faciales.

-Paciencia para no matar a esos irresponsables que les llega todo, incluso hasta contagiarse y morir.

-Paciencia para entender que hay gente desgraciada que trafica con la vida de las personas.

-Paciencia al ver tanta corrupción de autoridades incapaces e indolentes.

-Paciencia para tener una vida en confinamiento y no alocarse en el intento.

-Paciencia y más paciencia. No nos queda de otra.

 

Y mientras voy teniendo paciencia, observo a mis estudiantes terminar este ciclo, temerosos porque la Universidad Científica del Perú podría quedar en definitiva sin licenciamiento. Ellos tienen frustración y es normal. A través de una reunión virtual por zoom en mi última clase, me despido y les digo: “Esto no es nada, es un obstáculo y se puede superar, hay personas que libran batallas más duras, como los pacientes con Covid 19, con cáncer, padres sin dinero para que sus hijos puedan comer, personas desalojadas de sus viviendas, hombres sin piernas arrastrándose en las calles y todos ellos aún tienen esperanza”.

En ese momento observo a través de mi fría computadora, ojos cargados de lágrimas diciéndome “Gracias profesora”. Me despido y me quedo pensativa, estoy segura que cada uno de mis estudiantes tiene una historia y están luchando junto a sus padres y hermanos. Pero están ahí, cumpliendo con sus clases, con sus estudios, queriendo salir adelante. Porque queramos o no, la vida sigue con o sin virus.

Ni tú, ni yo, ni nadie sabe lo que sucederá mañana. De marzo a julio, todo ha cambiado. La forma de vivir, de amar, de estudiar, de trabajar y hasta la forma de soñar, porque solo depende del tiempo y de la salud para poder cumplir nuestros más anhelados deseos.

4 meses encerrados, 4 meses sin trabajo, 4 meses con dolor y pérdidas. 4 meses en espera… algo que sinceramente está desesperando a muchos y que podría extenderse hasta nuevo aviso.

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