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jueves, mayo 2, 2024

El antes, el después y la revolución

En nuestras vidas, siempre habrá un antes, un ahora y un después. Dependiendo de cómo reaccionemos a esos momentos nos valoraremos nosotros mismos, pues otros podrían no querer tomarse la molestia. Tampoco están obligados a hacerlo. Y el título de este artículo se me viene al ponerme a escuchar música del recuerdo, especialmente esos temas de The Mamas & The Papas, Gary Pucckett y los Union Gap, y Cliff Richard. Y termino contagiándome de nostalgia. Pero no se haga ilusiones, amigo lector, porque el asunto va por otro lado.

José Camilo Cela, quien escribiera “La cruz de San Andrés”, describía el diálogo de una persona quien contaba que cierto individuo se pasaba el día denigrando a su ex empresa. Fue entonces, que el interlocutor, preguntó, casi haciendo una afirmación: “Seguro que ese sujeto terminaron botándole”. Y la respuesta fue: “En efecto, así es”. Amigo lector, ¿ya la paró y sabe adónde quiero ir?

Para no hacerla larga… Todos nosotros, alguna vez, nos encontramos con personas que mientras trabajaban en una entidad, sea pública o privada, era la mejor de todas las habidas y por haber. Si por alguna razón prescinden de sus servicios, recién parecieran darse cuenta que la entidad resulta que está llena de incompetentes, no saben hacer las cosas, no tienen iniciativa y está llena de corruptos. A lo largo de toda mi vida he escuchado esas quejas de muchísimas personas, y entran al bolo personas a quienes creemos serias y honorables. Y usted, amigo lector, también sabrá de casos parecidos.

Precisamente, el tema también salió el día viernes pasado en una conversación mientras almorzábamos donde Abel Martínez, en el distrito de Chazuta, al término del evento del Mercado Minagri, respecto a esa expresión que suele usarse: “Las personas pasan, pero las instituciones quedan”. Porque tengo otra interpretación y es que las instituciones son la expresión de quienes trabajan en ellas. Por ejemplo, existen entidades en donde el buen clima laboral no existe, la cultura organizacional es una quimera; en otras palabras, son instituciones en donde existe el desamor, y la carencia de empatía y el desafecto entre sus miembros es patético. La gente se masca, pero no se traga. Este problema no ha sido abordado jamás por los gobernantes y la implementación del Sistema de Control Interno no lo va a corregir. Y este es el problema central.

¿A dónde he querido llegar? A que las organizaciones deben experimentar un cambio revolucionario para dejar de ser esas instituciones anquilosadas y rutinarias en donde los cambios y mejoras no se dan desde hace más de treinta años. Son casi esas modernas Shangri-La, donde todo proceso evolutivo se impide, donde no existe la felicidad, dominada por su propia rutina. ¿Puede haber felicidad sin cambios? Necesitamos una revolución, ¡ahora!

Ningún proceso revolucionario tendrá lugar si seguimos haciendo lo mismo, como si no hiciéramos nada. Tiene que darse ya un proceso en donde el ayer dé paso a una nueva era porque la sociedad espera cambios. Es hora que el ayer dé paso al día de mañana. Y eso depende de nosotros, y de todos. De quienes gobiernan y dirigen, principalmente. (Comunicando).

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