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viernes, abril 19, 2024

Racistas contra el racismo

A veces coinciden acontecimientos que desnudan hasta a las causas más nobles y nos demuestran que, incluso tras las mejores intenciones, se esconden insidiosas taras.

Hace unos días, Gabriel Boric asumió la presidencia de Chile. Dirigente estudiantil, luego diputado y uno de los rostros más jóvenes de la izquierda chilena, el nuevo mandatario ha hecho noticia en el mundo entero por sus formas y modos tan propios de la generación “millennial”, por la connotación histórica de su asunción al cargo – las referencias a Salvador Allende han sido persistentes – y por establecer un hito latinoamericano con la presentación de un gabinete en el que la mayoría de ministras son mujeres. Eso, sin mencionar la ordenada y civilizada transición en la que un presidente saliente de derecha, Sebastián Piñera, le entrega el mando al que podría considerar un adversario ideológico sin mayores aspavientos y en el ambiente más cordial posible. El país por sobre las diferencias. Democracia. Qué diferencia con nuestra fauna política, donde lo habitual es que todos aspiren a disolver – o vacar – a los enemigos y donde nadie se inmuta al impedir a un mandatario el ingreso al Congreso de la República y obligarlo a dejar la banda presidencial – literalmente – en la calle. Donde la leguleyada abunda y la cortesía escasea.

Pero algunos han llevado las odiosas (y deprimentes) comparaciones a tal extremo que, desvirtuándolo todo, pretenden llevarnos a una conclusión inverosímil: Chile debería envidiarnos, y no al revés. Ciertas voces de la izquierda peruana han criticado abiertamente la falta de diversidad en el equipo de Boric, apuntando que el enfoque paritario se aplicó muy bien en términos de género. Sin embargo, por muy reivindicativo que afirme ser, no pasaría de ser un gobierno mesocrático compuesto por “puros banquitos” cuyo liderazgo excluye a la clase obrera y a las poblaciones indígenas. Algo que la “verdadera izquierda” no permitiría. En cambio, en el Perú tenemos de presidente a un maestro rural que convoca a gente ajena a las élites – y provenientes de sectores históricamente postergados – para gobernar. Tiemblen chilenos… ¡y aprendan!

Claro, esta visión romántica de un régimen que – con base en el último mensaje del premier Aníbal Torres – ha renunciado a las principales demandas izquierdistas solo se sostiene con una miopía preocupante. Esas mismas voces que se alzan contra los privilegiados ministros del vecino sureño callan escandalosamente cuando se señala la misoginia, la falta de preparación o los nefastos antecedentes de los nuestros. Conforme a su lógica, los últimos no son culpables de nada. Se les perdona cualquier error – y hasta presuntos delitos – porque, pobrecitos, no son ni blancos ni limeños. Paternalismo en su máxima expresión. Racismo.

Luchar por el cierre de brechas no es sinónimo de infantilizar a los marginados. Por el contrario, la igualdad de oportunidades depende en gran medida de la capacidad de una sociedad de aceptar su diversidad reconociendo la dignidad y complejidad del total de seres humanos que la integran. Nuestro género, procedencia, etnia o nivel socioeconómico no condiciona nuestro discernimiento. No nos hace buenos ni malos per se. Asumir que no hay gente preparada – y con ética – en el interior del país es tan erróneo como asumir que las comunidades nativas son incapaces de administrar sus tierras con la preparación y herramientas adecuadas. Aquí cierro con algo muy impopular en la región, pero controversias como las que existen entre ambientalistas e indígenas en torno a áreas de conservación obedecen a una visión colonial de los primeros, lo que ya ha sido mencionado por la Organización de las Naciones Unidas y, en el caso específico de Cordillera Escalera, observado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Ser diferente no te hace bueno ni malo. Te hace humano.

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