Lo hecho por el entrenador de la Blanquirroja alegra a un pueblo cansado de sucesivas crisis. Viene un partido que podrían sellar los pasajes a Qatar.
Es un gran mérito estar a punto de clasificar a un mundial por segunda vez consecutiva. Eso solo se logró en 1981 cuando la selección de Tim logró clasificar a la justa de España 82. Antes, en 1978 había estado en Argentina. Se trataba de la mejor generación de futbolistas peruanos, la que se inició en México ’70 y que obtuvo el título de la Copa América en 1975. En esos años sobraban futbolistas de calidad. Se podían hacer hasta tres oncenas muy competitivas.
Ahora, si bien es cierto que se ha ampliado la base de jugadores seleccionables, lo que ha realizado hasta el momento el DT platense tiene visos de hazaña. A nivel de selección logró conformar un equipo sólido, que juega de igual a igual ante cualquier rival, que respeta el buen trato a la pelota, característica intrínseca de nuestro juego, que forma parte de nuestro ADN. La selección peruana rescata los rasgos esenciales de los combinados dirigidos por Didí, Calderón y Tim, los entrenadores que nos clasificaron al mundial en los gloriosos setenta e inicios de los ochenta. El mérito actual es mayor aún por tratarse de un hecho aislado en nuestro fútbol que sigue en el sótano de la tabla a nivel de clubes sudamericanos. Nuestro campeonato local debe ser el más informal de la Tierra.
La selección es una isla, no la de Gilligan, aquel ingenuo marinero larguirucho de la serie de TV setentera, sino la de Gareca, el de la figura quijotesca, que simboliza el tipo de profesional honesto, medido, ubicado. Mirando su cara se pueden apreciar sus huesos. A sí de transparente es su manera de ser. Inteligente e intuitivo, personaje pleno de humanidad y pletórico, de esos que se necesitan hoy en el Perú, donde luchamos por sobrevivir en un mar de incertidumbre moral y política.