Científicos empezaron a investigar las características de la Amazonía, con respecto a otros espacios del mundo y llegaron a la conclusión que la selva más grande del mundo, tenía las mismas características en su aire y nubes que los océanos; por ello decidieron llamarlo el océano verde.
Así se empezó a estudiar seriamente ambos espacios. Lo enorme, la humedad, la fuerza de los vientos, eran pues comunes, pero había un misterio en medio de todo aquello y es que el océano azul tenía poquísimas lluvias, a diferencia de las torrenciales, constantes y maravillosas del verde.
Descubrieron pues un detalle. Se trata de una semilla de lluvias en las nubes. Los científicos la llamaron “compuestos orgánicos volátiles biogénicos”; lo que no es más que el olor del sudor de los árboles de la Amazonía.
Así es, las fragancias de los árboles forman un polvo finísimo en las nubes que generan núcleos de condensación. Poéticamente hablando, Antonio Nobre, llamó a este fenómeno como el “polvo de las hadas”.
Lo más increíbe es que este polvo de hadas actúa como pequeños rabos de nubes, o escobas capaces de remover lo feo y dañino, para otorgarnos la lluvia más limpia del planeta.
Se piensa asimismo, que las plantas amazónicas utilizan algún tipo de vitamina C, como un antioxidante, capaz de remover del aire, los gases que dañan la vida.