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lunes, mayo 6, 2024

Requiem por Lucho Paredes

columna

Ha muerto don Lucho Paredes. Un hombre al que conocí cuando tenía apenas 18 años y me guió en la exploración de las plantas maestras. He pasado momentos inolvidables, vivencias indescriptibles con palabras, gracias a la purga que nos convidaba: la soga de la muerte que nos trasladaba a otra dimensión, en donde él era el conductor de un móvil que se transformaba a cada tramo, en una ruta de nubes y fantasmas.

Gracias a él y a la planta, me involucré muchísimo más con la naturaleza, pues al día siguiente, tras haberme trasladado al mundo en el que la fantasía se confronta con la realidad, en una lucha que más se acerca a la cópula que a otra cosa, cuando tocaba las hojas de los árboles, sentía la savia corriendo a través de sus conductos, el tiempo que había transcurrido para que sea un árbol y toda la bondad que despedía. Cómo pues no amar la selva si es que don Lucho servía de celestino. Cómo no amar sus cantos que era casi como escuchar cantar a la noche de la selva, sin furia, con pasividad. Murió no un hombre cualquiera: ha muerto un incomparable maestro.

Después de don Lucho, después de su purga, después de su enfermedad, no conocí a nadie tan fabuloso. He tomado ayahuasca con chamanes de la sierra, con nuevos chamanes, con chamanes viejos de grandes billeteras, con jóvenes chamanes de billeteras que esperaban ensancharse (porque el ayahuasca de ser el televisor del monte, pasó a ser un negocio muy rentable), y nadie era comparable. ¿Por qué? Porque don Lucho conocía el secreto de no ser vehemente. No necesitaba una voz maravillosa, no necesitaba. No necesitaba gritar, ni instrumentos que creen fantasía del sonido. Lucho Paredes sabía interpretar al monte. Lucho Paredes a diferencia de otros, cuando cantaba, su ícaro era casi imperceptible, era la interpretación de un sueño, de una piedra blanca cayendo por una colina en un cerro; era el canto del sueño del niño que vuela sobre el bosque, que salta al agua que no lo recibe, que no suena, pero moja, el canto de mariposas que invaden el camino, de niñas que se convierten en lobos a la luz de la luna, y tanto Dios, y tanto más.

No sé si volveré a tomar ayahuasca, pero lamentaré no tener a Lucho cantando. El único brujo que mantuvo su tarifa: 25 soles, durante tantos años; mientras que otros ya cobraban 800.

Don Lucho, los grandes bancos de la selva te esperan en su paraíso, fumando de su cachimba y bebiendo con las sirenas, después de entrar en su remolino en un gran río.

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