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jueves, abril 18, 2024

Piedra y cielo

Teodomiro Chinguel Santos

columnista

Es el mismo pueblo del diluvio, humilde, sencillo y amable, el que ahora al atardecer, después de un día de calor soporífero, el sol se nos va por detrás de los arboles dejando una huella rojiza en las escasas nubes grises del cielo.

Una bandada de loros cruza los cielos del pueblo, descienden en un zig zag hacia el árbol más alto y ramudo de la carretera. Chillan tanto como si también buscaran alegrarse de los días sin lluvias, de los días sin truenos ni relámpagos que retumbaron en sus nidos, alegrarse de la llegada del verano transparente, brillante y profundo. Cuando vuelan después, vuelan sacudiendo las ramas, perdiéndose como minúsculos puntitos negros en el horizonte del inmenso llano azul de puro cielo azul.

Mientras contemplamos ensimismados, a la vista nos queda un paisaje mágico sacado de esos cuadros de pintura amazónica que nos parecen sueños alucinados, donde el misterio va apareciendo en la sombra de la noche que arrecia en el río, en la montaña y en el pueblo, mito y leyenda se van confundiendo en la voz del más joven de sus habitantes cuando se le oye decir al anochecer: “dice profe que el ahogado sale en las noches oscuras cuando no hay luz. Sale el ahogado con sus botas negras haciendo clo, clo, clo, cuando camina por las calles, y donde vea una luz prendida entrará a la casa y se sentará de frío, con sus manos blancas y arrugadas, con su cara de muerto con lodo, escurrirá su ropa raída de otros tiempos y luego rechinará sus dientes de escalofrío junto al calor de la lámpara”. La voz se hace fuerte cuando en el puerto, en el atracadero de canoas, botes y lanchas se mueven lentamente por la corriente, los sapos hacen coro, los peces del río saltan cuando la luna redonda aparece detrás de los arboles, reflejando su curiosa luz rojiza en las agua turbias.

“El ahogado, dice profe, tiene hambre, va a la cocina, tumba las ollas buscando comida, hace gárgaras como si se ahogara de nuevo, luego su rechinar de dientes es imparable. Cuando no encuentra nada, vuelve al río en la madrugada, cuando la luz o el fuego de la casa se han apagado”. Escuchamos atentos al relato que nos sobrecoge. Observamos el silencio del pueblo, se escucha el zumbido de los zancudos, cuando de repente, a unos cuantos metros de donde estamos, se oye que alguien camina sobre las aguas del río.

“Dice profe, antes de volver al rió, se va a la plaza, a buscar a alguien muy conocido en el pueblo. Se para en el centro de la plaza y dicen que dice: ¡Quirulaaa! ¡Quirulaaaa! ¿Tienes un poco de tragoooo? Y cuando no nadie le responde se va despacio haciendo sonar el clo, clo, clo, hasta meterse al fondo del río y desaparecer en medio de las aguas turbias y profundas del Huallaga”.

Cuando termina de contarnos la historia del infeliz ahogado, vemos aparecer al hombre del río, todos estamos con los ojos puesto en que aparezca con su cara de muerto con lodo y nos toque con sus manos arrugadas y heladas. Lo vemos llegar lentamente por la arena del río, definitivamente suenan las botas, entonces corremos a metemos a nuestras casas y apagamos nuestras luces. Ahora, en la oscuridad de nuestros cuartos, si la luz eléctrica no regresa, y la luna demore en salir de los arboles, veremos andar al ahogado mas famoso temblando de frío, con su rechinar de dientes cerca de nuestros oídos.

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