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domingo, mayo 5, 2024

Salvando el honor en el Ponaza

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Una de las anécdotas realmente sabrosas ocurrió allá por el año de 1984, cuando trabajaba en el Banco Agrario del Perú. Los ingenieros Hugo Vidal Vidal y Aquiles Menacho Enciso eran Administrador y Sub Administrador de Créditos, respectivamente, de la Sucursal Tarapoto. Fue cuando un maestro de escuela nos demostró que el honor de la familia siempre debemos ponerlo a salvo, a pesar de las contingencias y las dificultades.

Cierta mañana hacíamos una visita de campo el Ing. Mario Jesús Saco Campos, Mayer Diomar Falcón Estrada, el Ing. Gilder Tello Flores, quien era el jefe, y quien esto escribe. Habíamos llegado a Tingo de Ponaza y buscábamos donde desayunar. Nadie en el pueblo ofrecía servicio de comida y estábamos decididos a pasar hambre cuando vimos venir por la carretera al maestro Luis Máximo García Marina. Gilder Tello dijo: “Ahí viene nuestra salvación”. Como es natural, todos, conociéndole al profesor –hijo de don Abraham García Torres, próspero ganadero que tenía sus fundos “Santa Martha” y “Vista Alegre”, de más de 350 hectáreas, entre Tingo de Ponaza y el caserío Ramón Castilla– imaginamos un desayuno a todo dar como los poderosos ganaderos de la zona acostumbraban tener.

El ingeniero Gilder Tello Flores, con su acostumbrado tacto, después del saludo le hizo al profesor la pregunta, que tenía una velada insinuación: “Dígame, profesor, ¿conoce un sitio donde podemos desayunar?”. El maestro, con su chispa característica, contestó: “Señores ingenieros, por primera vez en mi vida se han encontrado el hambre y la necesidad”. La salvación que ya veíamos se esfumó, cuando el profesor se despidió perdiéndose por una de esas calles polvorientas del pueblo. Él también estaba buscando donde desayunar.

En esas circunstancias nuestra única salida era pasar a Leoncio Prado, un poblado con más dinamismo económico que Tingo de Ponaza, capital del distrito. En esa disyuntiva nos encontrábamos cuando alguien llegó preguntando por los ingenieros del Banco Agrario y fue Mayer Falcón quien contestó: “Aquí estamos”. El maestro Luis García Marina nos invitaba el desayuno que había mandado preparar en una de las familias del pueblo y, como es natural, todos nos imaginamos un poderoso caldo de gallina, por lo menos. El maestro Luis Máximo había decidido salvar el honor y prestigio de la familia.

Cuando pasamos a la mesa, en vez del caldo de gallina, nos encontramos con un plato en el centro de la mesa con seis pequeños trocitos de pollo por lo que ese esperado desayuno pantagruélico iba a ser realmente ´bien tela´. El lector habrá observado que éramos cinco comensales desesperados, incluido el anfitrión. Al servirnos nuestra parte y dar cuenta de él sobró un cuellito al que todos mirábamos de soslayo, a veces desvergonzadamente y con una insistencia ya no disimulada. Mayer Diomar, Mario Jesús y yo poníamos cara de circunstancias, mientras Gilder Tello y el profesor parecían conversar animadamente. Todos especularíamos sobre quién se agarraría el divino cuellito. ¿Quién sería el desconsiderado? El desayuno nos había quedado “chico”, realmente.

¿Quién se lanzaría sobre el inerme cuellito que, como una inocente víctima esperaba? El anfitrión no podría ser, pues su buena educación no lo permitiría; teniendo a nuestro jefe al lado, no podríamos ser Mayer, Mario y yo. El profesor Luis Máximo cada cierto tiempo nos invitaba: “Ingenieros, con toda confianza, sírvanse antes que se enfríe más el pollito”. Y la angustia continuaba, pies nadie se atrevía a retirarse esperando el desenlace. Casi una hora después, Gilder Tello, con esa agudeza que siempre le caracterizó, dijo: “Me parece que el único que tiene hambre soy yo; además, no podemos desairar al anfitrión”. Mayer Falcón dijo, entonces: “¡Ya nos has jodido!”, y la carcajada fue general.

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