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jueves, mayo 2, 2024

El miedo a la libertad

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Es el nombre del famoso libro del gran psicoanalista y filósofo Erich Fromm, que tuvo una gran difusión en Occidente en los años ’60 del siglo pasado, y en el que el pensador analizaba las razones por las cuales una sociedad entera, como la alemana, cuna de grandes pensadores y artistas como Hegel, Nietzsche, Marx, Bach y Beethoven, pudo caer en la más abyecta de las barbaries bajo el régimen nazi.

La conclusión a la que llega Fromm es que en las capas más internas del alma humana subyacen oscuros temores que vienen de épocas pre-evolutivas y que se alojan en lo que ahora llamaríamos conciencia reptilínea, bajo cuyo mandato los seres humanos descubren los aspectos más básicos de su personalidad cuando son estimulados por mecanismos de manipulación de estos instintos subyacentes, tal como lo hizo el nazismo para crear en Alemania un Estado totalitario y un antisemitismo irracional que tuvo como triste epílogo el holocausto de más de 6 millones de judíos, gitanos, homosexuales y otras minorías consideradas como “no humanas”.

En la época de Fromm aún no estaba muy difundido el concepto del “miedo a la diferencia”, que se ha extendido en las últimas décadas y que ahora es claro que, aunado al otro temor básico descrito, es lo que hace que los hombres, sin importar el nivel de evolución cultural superficial de sus sociedades, en un momento dado dejen de lado el barniz de “civilización” y conscientemente entreguen su voluntad a la voluntad única de una idea dominante o de un líder con la suficiente astucia y maldad para llevarlos al precipicio, cual flautista con los niños del pueblo de Hamelin, según relata la leyenda.

Con esto, el reptil que habita en el ser humano se siente liberado, tanto de su responsabilidad de decidir por sí mismo, cuanto de los temores a los seres aterradores que pueblan sus recuerdos colectivos y de aquellos que se han introducido en su mente debido al discurso irracional de líderes irracionales y malignos. Estos líderes han actuado desde antes que la Historia exista, pero nunca en una época como la actual en que al poder titánico de la energía atómica se aparejan otras formas de destrucción creadas por la ciencia al servicio de la técnica.

Por ello es que con una mezcla de asombro y repulsión, observamos cómo en la primera mitad del siglo XXI, siglo de la técnica y la informática, del hombre supuestamente liberado de sus atavismos, ocurren hechos tan repudiables como las masacres que se ejecutan en diversas partes del mundo por sujetos que, llevados por un pensamiento pseudo religioso, como una singular interpretación del Islam, por ejemplo, asesinan a miles de personas inocentes en atentados tan execrables como el de las torres de New York del 11/09/2001, en los cuales no dudan en entregar sus propias vidas llevados justamente por el discurso irracional elaborado por sus ideólogos, que son en realidad ideólogos de la muerte y la destrucción.

El nihilismo llevado a su máxima expresión, tal como ya lo habían previsto pensadores como Nietzsche y Hermann Hesse en los siglos XIX y XX. Si ha habido un siglo llamado “de las luces”, el que vivimos es el de la oscuridad y los abismos del fanatismo y la irracionalidad que habita en el alma humana y que ya no sólo se expresa en regímenes opresivos y sus aparatos de propaganda como en el siglo pasado, sino en cualquier forma de pensamiento destructivo, por más absurdo que parezca y que pueda difundirse con alguna facilidad en las redes sociales.

Estas formas de barbarie, a veces disfrazadas de religión, como ocurre con el Opus Dei, Sodalicio y Los legionarios de Cristo en el catolicismo de América Latina, o en la prédica homofóbica cargada de odio de los movimientos evangélicos en todo el continente americano, no se diferencian en nada del senderismo asesino del “pensamiento Gonzalo”, de los atentados de Isis en Europa, del sionismo recalcitrante y fanático que avanza quitando territorios a los palestinos y provocando reacciones de más odio, de las provocaciones de los tiranos psicópatas de Irán y Corea del Norte, del discurso racista y xenófobo de Donald Trump y del UK en Gran Bretaña, o del Frente Nacional en Francia o Pegida en Alemania, que aprovecha del “miedo a la diferencia”, presente principalmente en los estratos de menor cultura en estas sociedades.

Es el mismo temor-odio que impregna el discurso del fujimorismo cuando tacha de “terroristas” a activistas sociales como Verónika Mendoza porque no pueden entender los objetivos de movimientos y personas que se plantean cambios sustanciales y más justos en la distribución de la riqueza y en la protección sustentable del medio ambiente. Es el “miedo a la libertad”.

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