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jueves, marzo 28, 2024

Mi Padre

Por: Pedro Emilio Torrejón Sánchez

Tenías ganas de hacer pipí o « pishpish » (así me enseñó a decir mi mamá), pero ya habíamos salido de la casa. Estábamos al frente de la morada del doctor Lionel Flores, en la segunda cuadra del jirón Lima y caminábamos casi corriendo. Mi papá me señaló el lugar para hacer mi necesidad, que apremiaba. Finalmente yo escogí la pared de la chupetería Memín de Teddy Saavedra Orellana. Ustedes no me creerán, pero había arbustos y malas hierbas que cubrían lo que más tarde se transformarían en veredas : eran las cunetas. En todo caso, yo era niño, el lugar me parecía una selva africana donde uno podía hacer tranquilamente su ishpa. Había hecho pipí, y me mojé un poco el pantalón que llevaba puesto. « No hay problema, con el Sol se secará », dijo mi padre.

 

¿Qué hacíamos ahí ? Era un domingo y nos dirigíamos al estadio central de Tarapoto, a ver un partido de fútbol del equipo de mi infancia y de mis amores : el Cali Afa (algunos lo decían el Cali Trafa porque si no ganaba en la cancha, o sea, haciendo  goles ; reclamaba y ganaba el partido en la Mesa). Cuando más tarde me trasladé a Lima, busqué un equipo con los mismos colores, es por eso que escogí Universitario de Deportes. Lo siento por Víctor Saldaña Flores : Vitín es un acérrimo hincha de Alianza Lima. Lo siento también por Juan Pablo Sangama Torres (Sangamita es un incondicional de Cristal). Y los dos son fanáticos del Cali. ¿Vaya uno a comprender ?. Mientras Dios creaba el mundo, ellos ya existían. Pero hay que decir verdades : antes que ellos fueran, la U ya estaba en el Paraíso.

 

Volviendo a mi padre. Quisiera hacer una aclaración para que las cosas estén claras : mi señor padre tuvo sus cualidades y sus defectos. No fue un santo, pero tampoco un mal hijo…o si ustedes prefieren, un mal padre. El que se cree que no tiene ninguna culpa ; …« que tire (si puede) la primera piedra ».

 

Me acuerdo que en una fiesta, en un lugar que todo el mundo conocía, en Tarapoto, en una fecha festiva, alguien se acercó a mí. Yo pensé que venía con buenas intenciones. Y a boca de jarro me dice : « ¡Tu padre ha sido un mujeriego de primera ! ». Yo solamente le sonreí. Al poco tiempo, el tipo viene con algunas copas de más, para decirme lo mismo. Traté de ignorarlo por la segunda vez. De nuevo la persona carga por la tercera y última vez, proclamando lo mismo. Yo le miré a los ojos, y alzando la voz, le respondí : « ¡Yo en tu lugar me callaría, porque a lo mejor, tú…eres mi hermano ; y no lo sabes!». ¡Santo remedio ! Después de una carcajada general, el fulano no supo qué decir y desapareció.

 

Volviendo a mi padre, que es lo que me interesa. Antes de la siesta que mi papá y mi mamá hacían, después de escuchar las noticias y el mundo social por las ondas de radio Tropical, ellos se cercioraban que mi hermano Juan y yo hayamos leído tres noticias de los periódicos : era la condicón sine qua non para salir de la casa y encontrarnos con los amigos del barrio, que nos esperaban ansiosamente. Teníamos que recitar de memoria frente a ellos tres noticias, y no permitían que fueran solamente de deportes. Es así que aprendí que los gringos estaban en guerra en Asia contra los vietnamitas, que el presidente francés Georges Pompidou había fallecido, que hubo la guerra de Yom Kipur en 1973, etcétera. Tenía entre mis manos los diarios : El Ojo, El Correo, El Comercio, El Expreso, La Crónica, etc.

 

Bajo el aire severo que tenían mis padres, ahora, en todo caso yo (pienso que mis hermanos estarán de acuerdo conmigo), han sembrado para que nosotros seamos lo que somos : con nuestros defectos y nuestras cualidades.

 

Me acuerdo de una situación que se quedó grabada en lo más profundo de mi ser. Era la siguiente : Había cogido un libro, y escogí una figura que acompañara lo más fidedignamente posible al trabajo que venía de escribir en mi cuaderno. Fui a buscar unas tijeras, corté la imagen y la pegué en mi cuadernito para realzar lo que había compuesto con la idea firme de obtener algunos puntos de más de la profesora de primaria. Todo alegre me voy hacia mi señor padre para mostrarle tal hazaña. Cuando de repente, veo su cara transformarse en furor, y en el tiempo que él saque su correa, yo ya estaba en el primer piso corriendo hacia las calles. Como él estaba descalzo (patacala), no pudo atraparme (se preparaba a ir a la siesta). Ustedes pensarán que éramos una familia cansada porque siempro hablo de siesta, pero no fue ni es el caso). Era un poco más del mediodía, aproveché para irme a la Plaza de Armas. Hacía un calor de los mil diablos, como siempre, casi canicular mismo si no estábamos en la estación estival. Vi algunas personas que estaban vendiendo alfeñiques, aguajes shambos (al escribir shambo pienso en mi amigo Harold Reátegui) en la esquina del cine Central. Dos o tres personas que se paseaban dando vueltas alrededor de la Plaza. Me acuerdo de los lustrabotas, de los canillitas. Después de recorrer nuestras avenidas comerciales de la época, regresé a mi morada. En ese entonces había todavía una pared de ladrillo a media altura que servía de límite entre la casa de mis padres y la calle. Saqué mi cabeza para ver si la situación se había calmado un poco. Yo creo que mi padre no hizo la siesta respectiva, por que le veía pasar de su cuarto al baño, del baño al comedor, del comedor a su cuarto. Tomé conscienca que mi casa era una ventana abierta al público. En un momento dado, yo monté la pared y estuve un cierto tiempo en posición de jinete. Me sorprendí al escuchar a mi padre que me llamaba y me decía : « Hijo,…ven ». Pero yo no tenía ninguna seguridad que fuera un estratagema para tomarme por el pescuezo y hacerme pagar con creces la tortura que había hecho al libro. Él insistió tanto, y lo que me hizo recapacitar fue el timbre de su voz que resonaba sinceramente, y como los marineros griegos del mundo antiguo que se dejaron atraer por los cantos de las sirenas, me encaminé hacia mi progenitor con confianza. Me acerqué a la morada paternal con paso, pero no de vencedor. Mi papá bajó a la primera planta, y fui recibido como el hijo pródigo : Me tocó los cabellos, me miró tiernamente y con una autoridad pedagógica me dijo : « ¿Sabes ?, los libros son nuestros amigos ; si tú le arrancas una o varias de sus páginas, es como si tú cometieras un mal a alguien ». Nunca más volví a maltratar un libro.

 

Este hecho me vino a la mente cuando tuve que dejar la biblioteca que constituí en Lima antes de venir a instalarme en Europa. Tenía libros de Geografía, de Historia, de Política, de Economía, de Derecho, de Literatura, de Sociología…buenos amigos. Y nunca más tuve noticia de ellos.

 

Volviendo a mi padre, me acuerdo que, tomando el carro rojito, el Bronco, marca Ford, que él conducía, nos íbamos a Rioja, Moyobamba, Shapaja, Bellavista, Juanjui, Lamas y otros lugares. Lindas experiencias inolvidables de esos viajes.

 

No contaré que él fue presidente de casi todas, si no es de todas, las asociaciones y demás clubes habidos y por haber del Tarapoto de la época. Dejo esa parte a los historiadores y gente especializada.

 

Lo que me interesa es el ser humano, el hombre que fue. Me acuerdo que me llevaba en sus viajes políticos : a mi corta edad, yo caminaba con los adultos ; tomaba balsas y canoas para ir de pueblo en pueblo y animar la flama democrática de la gente, a pesar que vivíamos en en régimen dictatorial ; ingería lo que todo el mundo comía y bebía en los caseríos. Aprendí a hacer el cuerpo en el monte llevando mi ramita para que los chanchos ismaterillos no me revuelquen en mi deposición. Tenía una satisfacción inmensa al ver y escuchar a mi padre que se dirigía a la población. Creo que de ahí me viene el respeto de escuchar a todos y el de tratar de ayudar a « lo más harto posible » (como diría Joshelín Reátegui Sandoval).

 

Cada vez que recuerdo a mi padre, en primer lugar pienso en mi mamá, pero también pienso en el tío Erasmo Sánchez Rojas (que en paz descanse), el tío Serapio Torrejón Reyna (hermano de mi papá), el tío Víctor Phillips, el tío Wenceslao Vásquez, doña Anita Aching, don Calixto Aguilar, don Ghunter Arévalo, el tío Fidel Arévalo, el dentista Carlos Bartra y su hermano el médico Lucho Bartra, don Medinacel Cabrera, los hermanos Chong (don Jorge, don Ulises y don Roberto), don Carlos Chú, don Napoléon Chú, Sergio Chú Chong, el doctor Cicerón, Daniel Coral, don Lucho del Águila, la familia Del Castillo, la familia Documet, don Nico Díaz Dávila, el notario Caro Durango, don Emnegardo Flores, mi padrino Teobaldo Guerrero, los hermanos periodistas Juan y Mario Gonzales Inga, Humberto Iberico, el abogado Rafael Marina, doña Shoquito Mayer Talavera, don José Mesía López, don Juan Pablo Mori, Ricardo Mori Cavero, el Ñatita Navarro y su señora, el señor Ponce Isla, Julio Quevedo Chávez, don Lucas Reátegui, Joshelín Reátegui Sandoval, la comadre Miguelina Reátegui de García, don Alberto Tinco Reátegui, don Héctor Reátegui, don Edinson Reátegui, los hermanos Rocha, don Carlos Rojas Burga, el Chino Ruiz, el tío Angel Salinas, don Julio Samaniego, el señor Sánchez Plata, Guillermo Sánchez Ushiñahua, don Antonio Sandoval, don David Sandoval, don Pedro Santillán, don Miguel Santillán, Demetrio y Manuel Tafur, don Atilio Vásquez, Carlitos Vidaurre, el alcalde Eduardo Yashimura, don Salomón Yengle Rodríguez, don Alcalá Zamora y otros otros personajes más de la Ciudad de las Palmeras. Sin olvidar el resto de mi familia, sea del lado paterno o materno (« por supuestamente », diría de nuevo Joshelín).

 

Humberto Iberico (sí, el de Aerotaxi Iberico), riojano como mi padre, cuando se enteró que mi papá falleció, vino inmediatamente a la casa. Me encontró en la oficina de la Imprenta y lo primero que me dijo, fueron estas palabras : « ¡Se nos fue nuestra juventud ! ». Cuando mi padre saludaba a alguien, le decía : « ¡Hola, juventud ! ». Era su particularidad. Mi tío Emilio Torres Torrejón, que vivió un tiempo en la tercera cuadra del jirón Augusto B. Leguía al frente de la familia Chú Bardalez, le puso el nombre a su empresa de embotelladora de agua « ¡Hola, Juventud ! » ; en honor y en memoria de su primo hermano. Él me lo dijo.

 

No puedo dejar de mencionar a mi señora madre (Juanita del Carmen), porque si mi padre fue lo que fue, es gracias a la presencia y a la ayuda de mi mamá. Como decimos en broma en nuestra familia : « Detrás de un Torrejón, hay una gran mujer, …pero detrás de una Torrejón, hay un gran… ». Yo les dejo imaginar. Mis abuelos paternales se llamaban José de Jesús Torrejón López y Aurora Reyna Piña.

 

Mi señor padre nació el 20 de diciembre de 1911 en Rioja, la Ciudad de los Sombreros, en el barrio de Shahuintopata. Desearía que se acuerden de él como un periodista al servicio de la sociedad. Cuando la muerte le sorprendió, un 2 de febrero de 1985, era el Decano del Colegio de Periodistas de nuestra Región.

 

« Viejito querido, hasta pronto ».

 

 

Junio 2013.

Pedro Emilio Torrejón Sánchez.

Desde Furchhausen, Francia

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