27.8 C
Tarapoto
sábado, mayo 4, 2024

Cuanto más huevo, mejor

En la variedad está el gusto. Algunos son pequeños y consistentes, otros son tan grandes que sólo se puede acabar entre dos. Hay redondos y delgados, claros y oscuros, no importa cómo son, porque siempre queremos quitarle todo de encima para poder saborearlo. Mi amiga que es tan buena gente siempre comparte conmigo, pero hay veces que tengo que pagar para poder tenerlo en mis manos. Me encanta acabarlo todo solita, aunque en grupo es mejor. Sin duda siempre es rico pecar con él.

Todo depende de la presa y los huevos que metas. No debe estar aguado, ni tampoco duro como una piedra, debe tener un punto medio para que te lleve al éxtasis cuando lo sientes dentro de la boca. ¡Qué rico quema!

Me encantaba ver cuando mi abuela preparaba este potaje, era todo un acontecimiento. Unos días antes al 24 se tenía que tener todo listo, el arroz tenía que ser de un buen grano, la gallina de chacra, ni por equivocación tenía que ser de pollo, las aceitunas negras y carnosas y los huevos ¡Dios santo! tenían que alcanzar completitos en una mano. Siempre decía que el secreto estaba en cuánto huevo se utilizaba, así que yo crecí amando el bendito huevo. Su juane era para chuparse los dedos y a ella le encantaba lucirse y que la elogien cuando se lo devoraban.
El 23 de junio era el día más esperado por mi abuela, se colocaba una pañoleta en la cabeza y comenzaba la acción. Cuando sazonaba el arroz se olía hasta la siguiente cuadra del barrio, todo era un espectáculo. La selección de presas, huevos y aceitunas, limpiar la hoja de bijao y armar señales con soguillas para que todos coman su presa favorita. “Mami yo quiero el potito con 6 aceitunas” gritaba a mi abuela haciéndole guiños con los ojos para convencerla, siempre me complacía en todo, así que me ponía la rabadilla más grande, con dos huevos y 6 aceitunas. “Antojosa igual que tu bisabuela que en paz descanse”, me respondía mientras amarraba mi juane con un lazo rojo.

Las presas de la gallina ya tenían dueño, mi abuelo amaba el pecho, mis hermanas las piernas, mi mamá la alita y mi abuelita el concentrado de toda la menudencia ¡Una verdadera delicia! No era raro que mi tíos y vecinos llegarán a casa con juanes para que probáramos, ese intercambio se hacía efectivo cuando mi abuelita les entregaba los juanes de lazo amarillo, con buena presa para que no la tilden de tacaña y aplaudan su sazón.

Nunca olvidaré este ritual mágico, porque me enseñó a amar algo que nos identifica, una fiesta, una comida, una tradición, todo junto a la familia alrededor de una mesa o en las orillas del río.

Mientras el mundo conoce y se admira de nuestro juane y nuestras tradiciones, muchos ya no disfrutan como antes estas fechas sanjuaneras. Las cocinas ya no se llenan con niños y niñas observando cómo se prepara este potaje, tampoco se siente como antes la emoción de encontrar tu presa favorita enterrada en el arroz dentro de una hoja de bijao. Pero lo que sí perdura es una Amazonía con sed de acoger su cultura como algo tan preciado y de recibir con amor a quienes se quedan a cobijarse en nuestras tierras. Así somos, por eso el selvático vale oro. “Aldián tu serpiente, pica, no pica…”, con la canción del sonido 2000 me voy a escoger mi gallina y mis huevos, porque este año quiero doble presa y doble huevo.

Así que ya saben, si quieren comer un rico juane en esta fiesta de la Amazonía…CUANTO MÁS HUEVO, MEJOR…

Tú que estás leyendo esta nota, sabes a qué me refiero…

Artículos relacionados

Mantente Conectado

34,541FansMe gusta
280SeguidoresSeguir
1,851SeguidoresSeguir

Últimos artículos