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viernes, marzo 29, 2024

El homo sacer y el fax

En la antigua Roma este término se aplicaba a los sujetos cuya vida, ya sea por haber nacido deformes (ergo, inservibles para la guerra) o haber cometido delitos sin capacidad de misericordia, estaban expuestos al asesinato impune, a la muerte por delivery. Carecían de derechos y eran señalados por la ciudadanía como una suerte de parias innombrables. Estaban vivos, pero era como si estuviesen muertos, como los personajes del célebre cómic de Robert Kirkman, The Walking Dead.

Y ese es precisamente el término que mejor le cabe ahora a Pedro Pablo Kuczynski, tras el vergonzoso trueque que aseguró su permanencia en la Casa de Pizarro, liberando al dictador Alberto Fujimori. PPK, a secas, terminó por sacar maestría en el repudiable arte de vender la patria, pero su maniobra fue tan tosca que sobrevino el ampay popular. Ni el advenimiento de la noche buena ni la resaca navideña pudieron evitar las arcadas. Ni las misas de gallo pudieron narcotizar la reacción de una juventud militante y asqueada.

Esa juventud que sólo días antes marchó en las calles para blindarlo ante el contubernio naranja, esa grey de chicos bien, cobrizos nacionalistas, mestizos chambeadores y universitarios idealistas que hoy se sienten doblemente traicionados. Doblemente porque votaron por PPK para que no ganara Keiko -aun sabiendo el cancerígeno curriculum lobista de PPK- y ahora veían como ese falso adalid demócrata, esa calavera del oportunismo, canjeaba la democracia y se burlaba de las víctimas del grupo Colina, de las mujeres esterilizadas, de la ilusión de un pueblo al que siempre le dio la espalda.

Con semejante decisión, PPK ha pasado a formar parte de ese deshonroso club de los presidentes felones. Ahora comparte sitio con Mariano Ignacio Prado, quien huyó en plena Guerra con Chile e Inglaterra, mientras sus hijos combatían en las trincheras; con Nicolás de Piérola, quien, en lugar de mandar municiones a Francisco Bolognesi, envió cajas llenas de telas y cintos; con Augusto B. Leguía y su oncenio entreguista y del latrocinio con desparpajo.

PPK comparte ahora la mazmorra de la náusea pública con el asesino Kenya Fujimori (al que acaba de liberar); con Alan García y su quinquenio del desmadre y la corruptela con metástasis. PPK es ahora un homo sacer y figuras honestas que lo acompañaron en su gestión, ahora están dándole la espalda en un ejercicio de ética que él desconoce, mayormente. Ya van 3 congresistas y dos ministros, pero quizá el que a mí más me conmueve es el caso del colega y maestro, Hugo Coya, quien ayer renunció a su puesto como presidente del directorio del Instituto Nacional de Radio y Televisión (IRTP) que, a la sazón, administra TVPerú y Radio Nacional.

Y es que Coya tranquilamente, como lo están haciendo muchos colegas de la administración de Kuczynski, pudo haberse mantenido calladito y agazapado en su puesto. Lo venia haciendo bien, repotenciando el canal del Estado, mejorando su programación, sacando los noticieros en quechua y aimara y, recientemente, emitiendo la señal internacional del otrora aburrido canal del Estado.

Pero no. El periodista y escritor decidió sacudirse el barro ignominioso que comienza a salpicar a toda la administración de PPK. Un ejemplo de cómo la ética no tiene tarifa, de como el honor se vuelve innegociable.

El homo sacer con doble nacionalidad seguramente dará otro mensaje a la Nación, tratando infructuosa y torpemente de confundir a la población de menos recursos, de convertir en cómplices a los sectores más o menos ilustrados. Lo cierto es que sólo quedan dos caminos: su renuncia inmediata o impulsar nuevamente la vacancia presidencial.

Esta vez el abuelito chocho (dixit: Alberto Borea) no tendrá cómo negociar su permanencia, se quedó sin naipes. Sus voceros sufren de una repentina amigdalitis neuronal, sus ministros comienzan a patear el tablero y su bancada se desmorona con la misma velocidad con la que llegó el fax donde Fujimori anunciaba su retiro. Es hora de su fax, señor homo sacer Kuczynski ¿O prefiere hacerlo por whats app?

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