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sábado, junio 28, 2025
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Madre hubo una vez… y fui yo

Por alguien que nunca se rindió

Casi nadie habla de esto. Como si decirlo en voz alta quebrara el cristal de una vida perfecta. Como si no hablarlo lo hiciera menos doloroso. Pero yo ya no puedo callarlo. Lo grito suave, con tinta, porque sé que muchas mujeres lo susurran al espejo, entre lágrimas que no mojan pañales.

Yo quise ser madre. Quise tanto, que el deseo me dolía en lugares donde ni la medicina alcanza. Lo soñé con la fe de quien reza al cielo, aunque el cielo se nublara una y otra vez. Mes tras mes, negativa tras negativa. Con cada prueba que no mostraba las dos rayitas, el alma se me borraba un poco. Pero seguí. Porque cuando una quiere ser madre, no hay “no” que detenga esa afirmación del corazón.

La maternidad no siempre llega con retraso de regla y antojos de madrugada. A veces, se retrasa más de lo que el alma tolera. A veces, se esconde entre hormonas, jeringas, salas frías y términos que una nunca pensé aprender: FSH, ovodonación, betaespera, blastocisto. A veces, la cigüeña pierde el GPS y hay que ir a buscarla con toda la ciencia en la mochila.

Fue durante la pandemia cuando decidimos dar ese salto de fe: una Fertilización in vitro. Porque el amor también es eso, lanzarse sin paracaídas si es por el sueño compartido. El mundo afuera se caía a pedazos: hospitales colapsados, mascarillas que ocultaban miedos, abrazos en cuarentena. Y ahí estábamos nosotros, mi esposo y yo, apostando por una vida cuando la muerte hacía titulares.

La clínica se volvió mi templo, y cada inyección, una plegaria. Yo, que le tenía fobia a las agujas, aprendí a pincharme con manos temblorosas y esperanza firme. Dormía poco, soñaba mucho. El porcentaje de éxito era mínimo, decían. Apenas un suspiro estadístico. Pero yo aposté todo a ese suspiro.

Y el milagro ocurrió.

Hoy, mientras escribo esto, mi hijo de casi cuatro años juega con un dinosaurio en el piso. Tiene la risa que soñé tantas noches. Es carne de mi fe, hueso de mi persistencia. Un pedacito de sol que venció a todas las tormentas.

¿Por qué lo cuento? Porque esto no se cuenta. Porque esto todavía es tabú. Porque se habla en voz baja, entre paredes que contienen más lágrimas que palabras. Porque a las mujeres se nos enseña a callar la infertilidad como si fuera una vergüenza y no una batalla.

Pero, ¿saben qué? Esta historia le pertenece también a tu hermana, a tu vecina, a tu amiga que no dice nada, pero se le apagan los ojos cada vez que ve un cochecito. Nos pasa más de lo que se cree. Y si no hablamos de los finales felices, muchas mujeres se quedarán solo con el deseo, sin saber que hay caminos posibles. Caminos duros, sí, pero transitables con fe, ciencia y amor.

A ti, que me lees con lágrimas contenidas, te digo: no estás sola. Tu historia no termina en una negativa. Hay métodos, hay manos, hay opciones. No todos los embarazos empiezan en la cama. Algunos comienzan en laboratorios llenos de esperanza. Y todos son igual de válidos, igual de milagrosos.

Me costó entender que ser madre no era solo concebir, sino decidir con todo el cuerpo, con toda el alma, que ese amor tenía que llegar. Me costó abrazar la incertidumbre y la ansiedad, el no sentirme menos mujer por no lograrlo de forma “natural”, lidiar con comentarios imprudentes y con silencios incómodos.

Pero hoy, con mi hijo dormido en mi regazo, puedo decirlo sin miedo: Valió la pena cada lágrima, cada aguja, cada espera. Valió la pena el miedo, la pandemia, la estadística adversa. Porque lo tengo a él, porque me tengo a mí más fuerte que nunca.

Y si al compartir mi historia logro que una sola mujer se anime a intentarlo, a buscar ayuda, a romper el silencio, entonces todo este camino cobra aún más sentido.

No somos menos por necesitar ayuda. No somos defectuosas. Somos valientes. Somos madres en espera, en proceso, en potencia.

Así que, hermanas de deseo, hablen. Cuéntenlo. Dejen que otras escuchen que sí se puede, aunque a veces parezca que no. La maternidad también se escribe con lucha, con ciencia y con amor indestructible.

Porque madre hubo una vez… y fui yo. Y tú puedes serlo también.

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