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lunes, junio 23, 2025
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Inocencia robada, niñez en venta

La infancia atrapada en el mercado del abuso

A veces la noche no cae. Se desploma. Y cuando ocurre, no es la oscuridad lo que asusta, sino lo que permite esconder.

En esa oscuridad estaba ella: una niña vestida de mujer, puesta en escena como si fuera parte de un espectáculo. Pero no era ficción, ni actuación. Era una realidad. Cruel, dolorosa, inadmisible.

Hace unos días, en Bellavista, región San Martín, una menor fue encontrada “atendiendo” en un bar. Estaba maquillada, vestida como adulta, intentando imitar una madurez que no se elige, que se impone. Su rostro, sin embargo, la delataba. En sus ojos resistía la inocencia, esa que aún no lograban apagar. Era, simplemente, una niña robada de su infancia y lanzada al engranaje más oscuro que existe: la trata de personas.

El local se llamaba “BBQ Carretera San Pablo”, un nombre casi irónico para un lugar que ofrecía más que platos. En realidad, escondía una rutina donde la inocencia se cambia por apariencia y la infancia se disfraza de deseo. Ella no estaba ahí por elección. Su juego no era de adultos, aunque la obligarían a parecerlo.

Este caso revela una herida profunda: la trata de personas. Una forma de violencia silenciosa que convierte seres humanos en mercancía, que roba derechos y sueños, y que sigue creciendo al amparo del silencio y la indiferencia.

Cada vez más niñas son captadas, engañadas, arrancadas de sus hogares o de sus sueños, para ser usadas como si su valor dependiera de lo que aparentan y no de lo que son. Y lo más alarmante: esta tragedia está empezando a parecer parte del paisaje. Como si fuera consecuencia natural de la pobreza, de la desprotección, del olvido.

La trata no es solo un crimen ejecutado por explotadores. Es un sistema sostenido por cómplices: los que callan, los que consumen, los que miran a otro lado. Algunos con trajes y oficinas. Otros con miradas esquivas. Muchos, con el poder de hacer algo… y no hacerlo.

Aplaudimos los operativos policiales, sí. Pero no basta con apagar el fuego si seguimos alimentando la chispa. Vivimos en una sociedad que aún sexualiza a las niñas, que normaliza el machismo, que permite que muchas infancias se pierdan sin que nadie grite.

Porque no hay nada más perverso que robarle la infancia a una niña. No hay nada más cruel que verla convertida en objeto de consumo, cuando lo único que debería vestir es la tranquilidad de sentirse protegida.

La trata de menores no solo destruye vidas. Destruye futuros. Rompe generaciones. Y si no hablamos, si no visibilizamos, si no señalamos y exigimos, entonces estamos dejando que estas niñas se pierdan una por una, sin nombre, sin historia, sin retorno.

¿Dónde están las campañas permanentes de prevención? ¿Dónde está el Estado cuando una niña es obligada a maquillarse para complacer adultos? ¿Dónde están los vecinos que ven y callan? ¿Y nosotros?

Porque mientras una sola niña sea disfrazada para el mercado del abuso, mientras una sola infancia sea vendida como apariencia, mientras una sola víctima no pueda volver a jugar, a soñar, a vivir en libertad… todos fallamos.

La trata no es una historia ajena ni un capítulo del pasado. Está aquí. Ahora. En pueblos y ciudades. En bares y redes sociales. Y aunque llegue envuelta en promesas o palabras dulces, no hay nada más violento que obligar a una niña a ser lo que no es.

Reconozcamos el disfraz de la explotación. Rompámoslo.

Que las niñas vuelvan a crecer a su ritmo. Que no tengan que ponerse los zapatos de una vida que no eligieron. Que no maquillen su niñez para servir. Que sus muñecas vuelvan a ser compañeras de juego, no metáforas de una realidad robada.

Porque las niñas no se venden. Se cuidan. Se abrazan. Se respetan. Y, sobre todo, se las deja ser niñas.

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