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lunes, septiembre 29, 2025

Singularidad riojana

Luis Salazar Orsi

“Cuando se muera mi madre voy a venir a vivir en Rioja y cuando se muera mi padre me voy a cambiar de apellido”.

Walter Candamo fue un riojano muy identificado con su tierra natal, una persona que sufrió la fatalidad de vivir varios años en países extranjeros; fue, sin ninguna duda, el mejor amigo de sus amigos. Fue, además, un contertulio incomparable, un maestro en el donoso arte de conversar, —la singularidad riojana por excelencia— con historias, ocurrencias, observaciones y chascarrillos interminables, talento que motivó que sus amigos le llamaran “Boquita”. Era solidario y generoso con todos: familiares, amigos, conocidos y extraños; poseedor de una excelente memoria, era amable y realista (sin dejar de ser picante) para con quienes recordaba, como los testimonios que me contó sobre Jorge Chávez Quintana y Jotagiz. Se mostraba colérico e implacable contra la injusticia, especialmente si era empleada por los poderosos contra los débiles. Esta última característica muestra la particularidad más sobresaliente de su personalidad: la rebeldía. Walter fue un rebelde a carta cabal, que vivió a contracorriente. Ello le trajo no pocas contrariedades a través de su corta vida: 77 años; corta, señores lectores, pues para quienes tienen el alma grande, como él la tenía, ni siquiera una centuria redonda sería suficiente.

Lo conocí cuando vine a vivir en Rioja, en 1996, no recuerdo en qué circunstancias. Pero, en este caso, ello carece de importancia, porque Walter Candamo era un hombre que, por su singular modo de ser, me daba la impresión de que lo había conocido toda la vida.

Tuve la fortuna de acompañarle en algunas circunstancias muy especiales, como cuando decidió publicar el libro Crónicas de mi Rioja (2014). Recibí el manuscrito en hojas sueltas, en shunto. Yo ordené los textos, tal como están distribuidos en el libro. También aceptó mis sugerencias cuando corregí el manuscrito y le propuse colocar en lugar independiente algunos textos. A su pedido de escribir el prólogo, me quedé corto, pues sentía que no lo conocía lo suficiente como para hacerlo. Entonces le sugerí dirigirse, para ello, a uno de sus amigos de toda la vida: Edwin Rojas Meléndez, que escribió la magistral presentación que pueden apreciar los lectores que lean este libro.

En cierta ocasión, en Nueva Cajamarca se organizó un encuentro literario, adonde fuimos invitados Walter y yo, entre otros escritores sanmartinenses. Después de las lecturas correspondientes y mientras nos dirigíamos a otro ambiente para tomar un refrigerio, Walter se acercó a mí y me murmuró al oído en voz baja: “Gracias por hacerme famoso…”.

En nuestro último encuentro, ocurrido en el domicilio de Edwin Rojas, Walter, en un momento de la conversación, protestó airadamente contra sus profesores de primaria y secundaria que nunca le habían enseñado en las aulas la traducción al castellano del término Tawantinsuyu, es decir, Las cuatro (tawaregiones (suyuunidas (-ntin-).

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