Según relató su madre, Karina Kawasa, a medios locales, su hijo logró sobrevivir alimentándose de aguaje, cacao y otros frutos silvestres, y bebiendo agua de lluvia recogida con sus propias manos. Pero lo más sobrecogedor del testimonio no es sólo su resistencia, sino la causa de su desaparición: el Chullachaqui.
Esta criatura mítica del folclore amazónico, temida por generaciones, habría engañado al niño usando la voz de su propio padre, conduciéndolo con sigilo hacia lo más profundo del monte. “Pensó que era su papá quien lo llamaba”, relató Karina, con la voz quebrada. “Después ya no supo cómo volver.”

El Chullachaqui, ser legendario de pies disparejos y alma de engaño, es conocido por adoptar rostros familiares para extraviar a quienes se adentran en la espesura. Según el relato de Erick, el bosque parecía cerrarse a su paso, como si cada árbol se moviera para ocultarle el camino de regreso.
El niño fue hallado con vida, débil pero consciente, cubierto de picaduras, con el cuerpo exhausto pero la mirada aún encendida por el misterio. Lo que vivió en esos días continúa desdibujado entre la realidad y el mito, entre el miedo y la magia que habita en lo profundo de la selva.
¿Fue acaso el Chullachaqui? ¿O fue la selva misma, con su voluntad indómita, la que quiso retenerlo?
Sea cual fuere la verdad, Erick ha vuelto. Pero en sus ojos, dicen, aún habita la sombra del que camina con un pie de cabra y la voz de quien más amas.