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lunes, septiembre 29, 2025

EL DÍA EN QUE PERÚ SE FUE DE PICNIC AL ENCUENTRO DEL TSUNAMI

Perú, el país de las maravillas infinitas, volvió a ser viral. Pero no, no fue por su gastronomía, su folklore ni su capacidad de reinventarse ante la adversidad. Esta vez, la noticia fue otra: los peruanos fueron a recibir un tsunami como quien espera el desfile de Fiestas Patrias. Sí, señores, así como lo leen. Alerta de tsunami y ahí estábamos, puntualitos, celular en mano, esperando al “tren de olas”, porque en este país hasta el apocalipsis tiene horario de matinal.

Dicen que la curiosidad mató al gato, pero acá parece que lo revivió, le dio un smartphone y lo mandó directo al malecón a hacer un TikTok. ¿Una alerta de tsunami? Bah, qué es eso comparado con la oportunidad de tener contenido viral. Si la ola nos agarra, pues que sea en vivo y en HD. Total, si nos va a llevar, que nos lleve con filtro bonito.

Lo que sucedió en las playas y malecones tras la alerta de tsunami es un espejo, y no precisamente de agua. Es el reflejo de un país que se acostumbró a vivir al filo del desastre, bailando con la muerte al ritmo de un reguetón de likes y visualizaciones. Un país donde la prevención es un tema de “otro día” y el sentido común se fue de vacaciones, sin retorno.

Vimos a la abuelita llevando a su nieto a ver el “supuesto tsunami”, como quien lleva al niño al parque a mirar palomas. Vimos tiktokers esperando “el tren de olas”, ignorando que ese tren no tiene estación de retorno. Y lo más triste, lo vimos todos riéndonos, como si el océano tuviera sentido del humor.

Pero aquí viene la parte incómoda: no es solo Lima, ni solo en la costa. Esta postal de irresponsabilidad se repite en cada rincón del Perú cuando la naturaleza ruge. En la sierra, cuando los ríos crecen desbordados, la gente corre a grabar en lugar de correr a ponerse a salvo. En la selva, cuando los huaicos arrastran vidas, ahí están los celulares grabando, buscando el mejor ángulo. Somos un país que ha confundido la tragedia con espectáculo y la prevención con aburrimiento.

Y no es porque no sepamos lo que puede pasar. Nos han hablado de prevención en cada simulacro, nos han dado charlas, infografías, nos han repetido hasta el cansancio que un desastre natural no avisa (aunque esta vez sí avisó). Pero a veces parece que preferimos ser espectadores de nuestra propia desgracia, siempre y cuando salga bonita en la pantalla.

Ahora bien, ¿de quién es la culpa? Es fácil apuntar a las autoridades y decir que no educan, que no informan, que no llegan a la población. Pero también es cierto que la cultura de la prevención no se construye solo desde el Estado. Se construye en casa, en la escuela, en la plaza donde la abuelita decide si lleva a su nieto a ver el tsunami o si le enseña que la vida vale más que un video viral.

Es hora de dejar de romantizar la viveza criolla cuando se trata de desastres naturales. Porque, aunque nos guste pensar que somos más vivos que la naturaleza, la naturaleza siempre tiene la última palabra. Y no tiene piedad.

Lo irónico de todo esto es que el tsunami no llegó. Las olas no fueron más que un murmullo del océano. Y eso fue suficiente para que muchos se sientan héroes de película: “¿Ves? No pasó nada. ¡Falsa alarma!” Pero el verdadero tsunami no era de agua, era de indiferencia. Y ese sí nos arrastró.

Perú se hizo viral, pero por la razón equivocada. Porque en lugar de ser ejemplo de un pueblo que respeta la vida y la naturaleza, fuimos portada de la irresponsabilidad global. Un país que juega con fuego y le sonríe a la cámara mientras el fuego le lame los pies.

Esto no se trata solo de olas, se trata de la mentalidad de un pueblo que necesita urgente un sismo, pero de conciencia. Dejar de mirar la tragedia como espectáculo y empezar a mirarla como lo que es: un riesgo real que no distingue clases sociales, edades ni seguidores en redes sociales.

Si seguimos creyendo que la naturaleza es un set de grabación, tarde o temprano nos tocará ser protagonistas, pero no de likes ni de memes, sino de funerales. Y ahí no habrá TikTok que valga.

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