Por: Lic. Jhon Prada Casique
En lo más profundo de la selva sanmartinense, allí junto al río Abiseo en la provincia de Mariscal Cáceres, Juanjuí, donde el sonido de las aves se mezcla con la humedad de la tierra y el rumor de los árboles parece contar secretos antiguos, una comunidad decidió no esperar que otros cuiden lo suyo. Decidió actuar. Así nace una de las historias más potentes de conservación participativa en el Perú, la de la Concesión para Conservación Los Otorongos, un territorio que hoy nos devuelve la mirada salvaje del jaguar, el rugido del puma y la esperanza encarnada en la figura de la sachavaca.
Pero antes de que las cámaras trampa captaran a los cinco grandes felinos que ahora sabemos habitan este bosque, el otorongo (Panthera onca), ocelote (Leopardus pardalis), margay (Leopardus wiedii), yahuarundi (Puma yagouaroundi) y el esquivo puma (Puma concolor), hubo un proceso largo, comprometido, lleno de aprendizajes, consensos comunitarios y trabajo de campo. Porque conservar, aquí, no es solo una palabra bonita: es una decisión política, cultural y ecológica.
El inicio que marcó el camino era validar para conservar, corría el año 2020 cuando la comunidad de San Juan del Abiseo decidió resguardar 5,390.53 hectáreas de su bosque como una Concesión para Conservación. Con el respaldo técnico de Amazónicos por la Amazonía – AMPA, se validó un expediente detallado que no solo justificaba el valor ecológico del área, sino que dejaba claro quiénes serían las y los guardianes, los propios comuneros organizados, hombres y mujeres en la Asociación para Conservación las Hurmanas de San Juan del Abiseo – ASHUSJA.
El cedro colorado (Cedrela odorata), sachavaca (Tapirus terrestris) y otorongo (Panthera onca) fueron los primeros objetos de conservación oficialmente reconocidos en ese expediente. Pero lo más valioso fue el enfoque; proteger sin expulsar, investigar sin extraer, conservar con la comunidad como columna vertebral.
Con el expediente aprobado y la concesión en marcha, comenzó una segunda etapa muy importante, que era fortalecer las capacidades organizativas y técnicas de quienes iban a gestionar este bosque. Así, se implementaron talleres sobre liderazgo, manejo de conflictos, legislación ambiental, vigilancia forestal y monitoreo participativo con tecnología de punta, como GPS y cámaras trampa.
La “mochila forestal” del Organismo de Supervisión de los Recursos Forestales y de Fauna Silvestre – OSINFOR dejó de ser una herramienta extraña y se convirtió en aliada para el patrullaje comunal. La educación ambiental, por su parte, no se quedó en el discurso, se transformó en cuentos, festivales y dinámicas como “Mi comunidad y mi bosque”, donde los más jóvenes dibujaban el antes, el ahora y el mañana de su selva.
Todo esto ocurrió antes de que se encendieran las cámaras trampa. Y es importante recordarlo, porque si hoy podemos ver imágenes del puma; que nunca se había registrado en la zona, es porque antes hubo planificación, formación y compromiso.
La ciencia comunitaria tiene algo mágico, y esa magia se sintió cuando, en medio de la densa vegetación de la concesión y sus áreas aledañas, las cámaras instaladas por los propios socios de ASHUSJA captaron a una pareja de pumas. Luego, desfilaron el otorongo, el margay, el yahuarundi y el ocelote. Cinco especies de felinos, cinco indicadores de que el ecosistema está sano, fuerte y funcional. Cinco razones más para seguir protegiendo el lugar.
Las imágenes no solo validan la riqueza biológica de estas 5,390.53 hectáreas de bosque húmedo premontano. También respalda el modelo de conservación participativa que se ha consolidado con esfuerzo, estrategia y corazón. Las cámaras, instaladas por comuneros capacitados, también revelaron la presencia constante del tapir amazónico o sachavaca, una especie emblemática que ya se monitorea con rigor técnico en múltiples espacios de la concesión.
Pero, no todo es monitoreo y patrullaje, una parte fundamental de esta historia es el proyecto educativo «Nuna y Pacha», que permitió tejer armonía en el Abiseo y recoger saberes locales para construir un cuento ambiental que las nuevas generaciones puedan sentir como suyo. Porque conservar también es educar, también es soñar.
Las próximas etapas incluyen la sistematización de datos, la elaboración de informes técnicos y nuevas estrategias de sensibilización. Pero lo más importante ya está en marcha; la gente conserva porque entiende, valora y decide hacerlo. Porque un bosque protegido por su comunidad no necesita cadenas ni rejas, necesita convicción.
Esta historia, que une a AMPA, ASHUSJA, el Parque Nacional Río Abiseo y la UICN Save Our Species, es más que una anécdota con cámaras. Es un modelo replicable de cómo se puede conservar con justicia social, con pertinencia cultural y con soberanía territorial.
Hoy, gracias al trabajo de los guardianes del bosque, seguimos teniendo la oportunidad de ver a estos imponentes felinos en libertad. Y mientras ellos sigan caminando la selva, nosotros tenemos el deber de contar su historia.
Porque donde camina el otorongo, también camina la dignidad de un pueblo que decidió conservar.