Por: Luis Alberto Arista Montoya
De nada vale reconocer que la provincia de Condorcanqui sea una de las que posee los más bellos paisajes naturales de la región Amazonas, si, paradójicamente, en su seno cunde una terrible pobreza, una devastadora tala ilegal y contaminación de los ríos causada por la minería ilegal, una trata de personas y violación sexual de niños/niñas.
Ante el abandono estatal, regional y municipal, la Nación Wampis ha emitido un enérgico comunicado a manera de ultimátum anunciando para estos días la expulsión pacífica de los operadores ilegales en el río Santiago, para la autoprotección social y territorial, salvaguardar derechos humanos, proteger sus cuencas hidrográficas y su biodiversidad.
Ante la ineficacia de la justicia jurisdiccional y policial, apelarán a la justicia del derecho consuetudinario (defender por cuenta y mano propia su territorio, sus tradiciones, sus usos y costumbres). “Guerra avisada, no mata gente”, expresa un dicho comunitario. Su comunicado es preciso. Dice así, y lo parafraseo:
–Los mineros ilegales envenenan [con mercurio y pólvora] sus cuerpos y sus aguas, destruyen sus bosques, corrompe el tejido social y utiliza a los niños como escudos humanos, a vista y maligna paciencia de un Estado indiferente y sin capacidad operativa.
-No buscan generar violencia, sino restaurar la paz socio-comunitaria, y ordenar su territorio y sus hogares.
-Por lo que exigen: a la Fiscalía, a la Policía, al Ministerio de Energía y Minas y al gobierno regional de Amazonas que actúen, que dejen de ser pasivos, y que los acompañen en este desalojo, constatando los delitos flagrantes y procesando a los responsables. Su indiferencia es complicidad. Han agotado su paciencia, ya no confían en nadie.
Esta advertencia en medio de un bello paisaje es sinónimo de ira social. ¿Qué diría Mario Vargas Llosa al respecto? De estar vivo se volvería a morir de cólera y tristeza.
Recordemos que una de sus grandes novelas, escrita en 1966 por nuestro Premio Nobel, es la Casa Verde, ambientada en gran parte en Condorcanqui, específicamente en Santa María de Nieva. Lejos de enorgullecernos, nosotros los amazonenses no nos identificamos plenamente con Condorcanqui, ni siquiera promocionamos en la universidad y colegios una lectura dialógica de la obra de nuestro Premio Nobel. A ese precario paisaje cultural Mario Vargas Llosa lo describe así:
“Desde el pueblo de Santa María de Nieva, cuando no hay niebla, se divisan, atrás, colinas cubiertas de vegetación y, adelante, aguas abajo del río ancho [Santiago], las moles de la cordillera que el Marañón escinde en el pongo de Manseriche: diez kilómetros de violentos remolinos, rocas y torrentes”.
“Santa María de Nieva es como una pirámide irregular y su base son los ríos, en cuyo muelle flotan las canoas de los aguarunas, los botes y las lanchas de los cristianos”.
“No lejos de la plaza está el poblado indígena, aglomeración de cabañas erigidas sobre árboles decapitados. El lodo devora allí la yerba salvaje… un grupo de aguarunas muele yuca en unos recipientes barrigudos, varios chiquillos corretean alrededor de los troncos de capirona…”.
Así retrata Vargas llosa parte de este hermoso paisaje, habitado por pobrísimas comunidades indígenas que claman justicia hace tiempo por tener una vida digna.
Hemos apelado a la gran novela de Vargas Llosa para demostrar que Condorcanqui no es una tierra baldía, sino un territorio con una cultura viva (agricultores, ceramistas, tejedores), representativa de la Amazonía Peruana, pulmón de la humanidad, e imán para para promover el turismo cultural comunitario, el turismo de aventura y el turismo ecológico de avistamiento de aves.
Una inteligente y estratégica política de desarrollo pasa primero por atender lo que están señalando en forma perentoria los dirigentes de la Nación Wampis. Evitemos que la Casa Verde se torne en Casa Roja, por causa de la violencia generada por mineros y taladores ilegales. Fuente: Reyna de la Selva