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sábado, octubre 11, 2025

Iniciativas comunitarias en la lucha contra la deforestación en San Martín (Perú)

Por: Víctor Hugo Anteparra Reátegui

Según datos estadísticos de Global Forest Watch, en el año 2020 la región San Martín contaba con 3.51 millones de hectáreas de bosque natural, lo que representaba el 70% de su territorio. Sin embargo, para el 2024, esta cobertura forestal sufrió una pérdida de 29.7 mil hectáreas, lo que significó la emisión de 16.9 millones de toneladas de dióxido de carbono. Esta disminución refleja un impacto ambiental considerable asociado a la deforestación.

En medio de este panorama, la lucha por la conservación ambiental ha encontrado un aliado clave en los propios moradores y ronderos de las provincias de Rioja y Moyobamba, quienes se han organizado para proteger 3,290 hectáreas de bosque. Sin este esfuerzo, estas áreas ya habrían sucumbido a la lotización informal de predios, la tala ilegal, la expansión agrícola y la pérdida de fauna silvestre.

Santa Elena: la larga lucha por revivir un río y proteger el bosque

En el año 2002, los moradores del caserío Santa Elena, en el distrito de Posic (Rioja), identificaron que un terreno cercano tenía las condiciones necesarias para convertirse en una reserva ecológica, lo que habría oportunidades de turismo y conservación.

Sin dudarlo, 33 personas ingresaron en la zona para evaluar su potencial. Allí encontraron el río Romero completamente enmalezado, cubierto por plantas acuáticas y árboles caídos debido a la tala ilegal. Conscientes de su importancia, decidieron iniciar la difícil tarea de limpiarlo y restaurarlo para que pudiera ser navegable.

Durante 11 años, los pobladores se organizaron en cuadrillas que cada fin de semana ingresaban al río para retirar troncos, ramas y desechos. El trabajo no solo fue agotador, sino también peligroso. Uno de los episodios más dramáticos ocurrió cuando encontraron una serpiente de 10 metros de largo, que estuvo a punto de atacar a un brigadista.

El sacrificio valió la pena: hoy, el río Romero es navegable en 9.8 kilómetros, donde habitan más de 300 especies de aves, 30 especies de mariposas, 12 tipos de serpientes y 20 especies de mamíferos, entre ellos monos y felinos en peligro de extinción.

Los esfuerzos dieron frutos adicionales: en 2021 se avistó un jaguar adulto y en 2024 una pantera, confirmando que el área es un refugio para especies amenazadas. Actualmente, la comunidad protege 2,235 hectáreas de bosque, con el respaldo de la organización Amazónicos por la Amazonía (AMPA).

Bosque de Marona: un refugio de biodiversidad y ecoturismo

Otro esfuerzo comunitario destacado es el de la Concesión para Conservación del Bosque de Marona, al sur de Moyobamba. En el 202025 ronderos solicitaron la protección de 419 hectáreas de bosque, amenazadas por la siembra de café.

Gracias a esta gestión, el Bosque de Marona es hoy un refugio ecológico con alto potencial turístico, donde se ubica el Mirador de Juningue, desde donde se aprecia el Valle del Alto Mayo y el distrito de Jepelacio.

El área alberga una gran variedad de flora y fauna, incluida el ave Trogón, que anida en árboles con termitas. Además, destacan los árboles de quina y diversas plantas medicinales utilizadas por los ronderos, quienes han sabido combinar el conocimiento ancestral con la conservación ambiental.

Incluso, en la zona existe una pequeña cueva aún inexplorada, que añade un atractivo adicional de misterio y exploración para los visitantes.

Conexión y sostenibilidad

El éxito de estas iniciativas ha sido posible gracias a la organización comunitaria y al apoyo de AMPA, que logró gestionar concesiones de conservación por 40 años renovables.

Este modelo ha permitido a las comunidades generar ingresos a través del ecoturismo, al mismo tiempo que protegen la biodiversidad local. De esta forma, estos proyectos no solo son un éxito ecológico, sino que también representan un beneficio económico y social para la población.

La deforestación en San Martín sigue siendo uno de los grandes retos ambientales del Perú. Sin embargo, experiencias como la Reserva Ecológica Santa Elena, el Bosque de Marona y el Gran Mirador de Juningue demuestran que, con organización y determinación, es posible revertir el daño y asegurar un futuro sostenible para la Amazonía.

Estos proyectos no solo conservan el bosque, sino que también abren la puerta al ecoturismo sostenible, mostrando que la protección ambiental y el desarrollo económico pueden ir de la mano. Hoy, sirven de inspiración para otras comunidades de la región y del país, que ven en estas experiencias la prueba de que una Amazonía viva y protegida sí es posible.

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