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lunes, abril 29, 2024

¿Homofóbico yo? Para nada

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Una persona es un ser de principios, de posturas frente a cuestiones que la vida pone frente a sí. Una persona es, en ese sentido, un sujeto de decisiones, las que ejercen muchas veces trascendencia más allá de la propia vida a otras vidas, a otros. Como es el caso de las decisiones de un gobernante, de un congreso, que determina mediante leyes, por ejemplo, que dos personas de un mismo sexo puedan convivir y tener cierta categoría paralela o equivalente al matrimonio con algo llamado unión civil. A “riesgo” de ser considerados un país que no corre al mismo ritmo de la modernidad del mundo, puesto que en la mayoría de países de nuestro continente ya se aceptó una figura legal como esta, nuestro congreso dio un rotundo NO a esta pretensión, y yo, corriendo el riesgo de ser llamado homofóbico, saludo esta decisión.

Semanas antes de poner en el centro de los temas de debate, de los temas de interés nacional, los medios de comunicación, de manera especial las televisoras empezaron con su bombardeo propagandista en los programas de opinión, los noticieros y en cuanto espacio hubiera resaltando la supuesta necesidad de aceptar esta propuesta, de asumirlo como parte de nuestra modernidad como nación frente a nuestros vecinos más progresistas. Tremenda decepción sufrieron los periodistas, los hombres de prensa, los medios ante el rotundo NO que el congreso le dio a esa propuesta y empezaron a despotricar de los que protestaron en contra levantando la biblia en mano, enarbolando la bandera de la familia, la integridad y la moral como defensas ante tanto viento de cambio y supuesta modernidad.

¿Es que es verdad que todos los cambios, las reformas, la modernidad de los países desarrollados económicamente son en realidad positivos? Hay cosas que sí hay que considerar, imitar incluso tras un proceso de adecuación pero en definitiva hay cosas a las cuales habría que cerrarles las puertas. El consumismo, ese afán por comprar y tener más y más cosas, así vendamos nuestra alma a los bancos; las frívolas modas muchas veces sin sentido, la sociedad del espectáculo como lo denomina Mario Vargas Llosa. La vanidad elevada a condición de falso valor. A esos hay que cerrarles las puertas de nuestras familias, de nuestros corazones.

¿Por qué tanta defensa por parte de los medios de comunicación de esta propuesta que en buena hora se ha visto quebrantada su posibilidad de debatirse siquiera en lo que dure el actual gobierno? Se han percatado amables lectores de cuántos conductores de nuestra televisión nacional se muestran a sí mismos como desinhibidos, desprejuiciados sobre este tema ante el hecho de contar con conductores de televisión que afirman y reafirman su desviada sexualidad, si uno de ellos hace pública su “opción sexual”, como si la sexualidad fuese cuestión de opciones, los demás lo aplauden, lo colocan casi en condición de ejemplo. Y al que, como yo, no está de acuerdo con estas cosas, con sus cosas, con una sociedad donde la institución de la familia es quebrantada y deformada con una caricatura, donde dos personas del mismo sexo dicen formar una familia; pues entonces estos nos consideran como homofóbicos. Pues ni odio ni nada por el estilo a quienes dicen ser homosexuales, el hecho de estar en desacuerdo con esa situación no me convierte en homofóbico, para nada. Ejerzo mi libertad a estar en desacuerdo así como ellos ejercen su libertad a expresarse, pero ¿En qué momento permitimos que esa libertad se convierta en libertinaje?

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