La lucha es fratricida, donde inocentes compatriotas ofrendan sus vidas y los cuerpos de otros son ultrajados. “¿Agua si, oro no? ¿Agua si, petróleo no?” “Cuidemos nuestro medio ambiente”, grita la gente a voz en cuello, en la pausa que hace el líder de sombrero en su discurso político. Silbatinas y fuertes vítores llenan el ambiente amplio de la soleada plaza. Se mueven las pancartas de grandes letras rojas con los mismos mensajes. Se condena enérgicamente la presencia de la empresa que extraerá estos recursos naturales de todos y que el gobierno la autorizó unilateralmente, como siempre, ninguneando al pueblo vecino ¡Ah, caramba! La gente quiere agua, prefiere agua antes que dinero que dan el oro y el petróleo.
Pero, “¿estas versiones son ciertas? ¿Comulgan con los verdaderos sus actos?”, piensa el compatriota que está parado en la esquina de la plaza, de visita turística en esta hermosa ciudad. “¿Ésta manifestación, no será la envoltura, el maquillaje de una pésima administración pública de la autoridad?” deja discurrir su libre pensamiento, mientras mira el alboroto de la gente, que como autómata dice y hace, como respuesta al estímulo de inyección exógena. “Este señor ha sido elegido para administrar los recursos públicos de su jurisdicción, ¿qué hace azuzando a la gente en temas que ni él entiende?” “¿Habrá consultado a las bases para tomar semejantes decisiones?” “Si las manifestaciones son reacciones a imposiciones del nivel superior, realmente por atentar el medio ambiente, entonces bienvenidas. Adelante”.
El turista interno decide visitar una ciudad selvática. La moderna cámara capta paisajes, aves, cauces hídricos, cielos despejados. Mientras pasea en la plaza, fotografiando flores de hermosas plantas, cuatro camionetas llegan a la ciudad, una detrás de otra, con gente llena en la tolva. El visitante va al paradero, que está a media cuadra de la plaza. Desembarcan por lo menos cincuenta hombres desaliñados, con apariencia clara que proceden de tierras lejanas. Los hombres van en fila por la calle a otro paradero, donde se embarcan en carros con apariencia de hacer ruta a caseríos, por las salpicaduras de barro en las maltratadas carrocerías. Despierta en el turista la inquietud de conocer los detalles de este episodio; entonces, identifica a los dirigentes, se amista y pide acompañarlos hasta los lugares de destino.
En pocos minutos está de vuelta con sus cosas personales del hotel y los carros se enrumban por agrestes y empinadas trochas carrozables, hasta que cuatro horas de maltrecho viaje, los hombres llegan al caserío. Pernoctan en la casa comunal y casas de vecinos. A las cinco de la mañana del día siguiente, los hombres son llamados a viva voz y se enfilan bosque a dentro. Los líderes siempre están en grupo aparte, coordinando y poniéndose de acuerdo sobre las disposiciones de las actividades a realizar. En ardua jornada se hacen los trazos, las trochas, que dividen un lote de otro.
El bosque virgen es intervenido con rusticidad, el sotobosque (Sábana verde de plantas herbáceas) es devastado. Las motosierras están de fiesta, roncan mientras penetran los gruesos fustes de los árboles milenarios. Las densas y verdes copas de los árboles jalan a sus troncos hacia el suelo lleno de hojarascas. A la semana la quema llena de humareda la micro cuenca.
La noche precedente, en conversación amical, el turista identifica a los “nuevos propietarios” de éstas tierras. Son los mismos hombres que semanas antes coreaban y mostraban pancartas en aquella tierra lejana, que preferían agua y no oro, agua y no petróleo. “¿Agua, con ésta drástica deforestación que conduce a la desertificación de la selva?”, piensa turbado y dice: “No se entiende a la gente. Pide agua, sin embargo deforesta sin piedad”