“El poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”. Esta antigua sentencia, que ilustra magistralmente cómo actúa el poder en las personas y sociedades, explica por qué la corrupción en los países que carecen de libertades es mucho mayor que en aquellos que se rigen por el sistema democrático. Sin embargo, mientras las dictaduras están en el poder la corrupción es mucho menos perceptible para la población y sólo cuando éstas caen queda al descubierto su magnitud. En las democracias, en cambio, los ciudadanos tienen una mayor información en tiempo real de la corrupción existente y eso produce la falsa percepción que ésta es mayor que en los regímenes autoritarios.
Este epifenómeno de la naturaleza de la corrupción en su relación con el poder es mucho más acentuado en países de deficiente cultura política en la población, como el Perú. Es por ello que en esta clase de países, luego de dos o más gobiernos democráticos, en que por su naturaleza misma, la libertad de expresión conlleva que salgan a la luz las maniobras corruptas de algunos funcionarios, a diferencia de las dictaduras que no permiten que los manejos oscuros de las dirigencias sean denunciados ni menos expuestos a la luz pública, los sectores menos cultivados reciben una percepción equivocada.
Por ello, un sector ciudadano de países como el nuestro, al no haber percibido la magnitud superlativa de la corrupción en las dictaduras, con una reacción muy primaria, piden “mano dura”, pues creen equivocadamente que de esta manera se podrán resolver los problemas. Y es esto lo que explica el “fenómeno Keiko”, en que los sectores menos informados de la sociedad peruana, urbanos y rurales, han transmitido incluso a su progenie una memoria distorsionada de lo que fue la dictadura de Fujimori en los años ’90 del siglo XX, y un porcentaje, que no supera al 30% de la población peruana , sigue casi hipnotizado por el falso recuerdo de lo positivo que pudo hacer el dictador, y no recuerda –porque no lo podían conocer- los crímenes ni las multimillonarios latrocinios que él su grupo perpetraron.
El sistema electoral en el Perú adolece de inmensas fallas de fondo y de forma, que permiten, que por ejemplo en la primera vuelta electoral, con un 40 % de los votos válidamente emitidos, superados por los millones de votos del ausentismo y de los votos blancos y viciados, Fuerza Popular haya obtenido mayoría absoluta en el Congreso unicameral que tenemos. Esto, que parece absurdo e ilógico, se origina por el errado sistema de la llamada “cifra repartidora” que determina que el candidato más votado tenga congresistas adicionales que, perversamente superan al porcentaje real de su votación.
Sin embargo, lo que pareciera ser una bendición para la hija del ex dictador, puede, al contrario, ser su maldición y la tumba en que se enterrarían sus ambiciones presidenciales en la segunda vuelta. Y esto porque el grueso de la población, luego de la primera vuelta, se ha dado cuenta de lo que se está gestando: que se podría llegar a entregar el poder absoluto a un grupo mafioso que gobernó el Perú durante 10 años, rompiendo la institucionalidad democrática y que 15 años después esta situación del todo negativa podría repetirse si la hija del ex dictador y toda su camarilla llegaran a controlar no sólo el Poder Legislativo, sin necesidad de consensos con nadie, como ya lo han anunciado, sino obtener el poder absoluto al controlar también el Ejecutivo si ésta llegara a la presidencia en la segunda vuelta.
Así Fujimori II no tendría que dar un golpe de estado como el del 5 de abril de 1992 de Fujimori I y disolver el Congreso que le era adverso para sustituirlo por otro que le fuera servil, sino que, como en la Alemania nazi de los años ’30 del siglo pasado, con elecciones impecablemente legales, los peruanos estaríamos yendo como mansos corderos al matadero del autoritarismo y la autocracia.