La idea arrolladora del ejemplo que deben impartir los padres a la hora de educar las emociones de sus hijos, ha surgido en la sociedad como un peldaño para alcanzar “libertad compartida”.
Un estado emocional que llevará a otro nivel la nueva generación. Ésta, es precisa para no cometer los mismos errores genealógicos una y otra vez.
La idea de la libertad compartida, ha sido tergiversada y manipulada a través del tiempo como un carrusel de emociones que sube y baja según el estado de animo de una persona, y califica el exceso de libertad como un botón para el libertinaje; pero esto no puede ser así, es más que un estado emocional, es un estilo de vida, lleno de valores que proveen nuestros progenitores a la hora de enseñar, éste es su rol fundamental.
El estar acompañado y respetar el espacio y desplazamiento de la pareja, sin sentirse abrumado, ni manipulado, va más allá de un concepto idealizado por los padres, quienes no les pueden negar un consejo de advertencia, rezumado de su propio fracaso, para no caer en el mismo agujero.
Es injusta la pena, del que no sabe que será castigado por ignorante al desconocer el daño que se ocasiona por omitir un consejo que aún no se comprende en su totalidad, pero de interpretarlo será ideal, para salvarlos de la crisis o de la culpa; saber pedir perdón y redimir los daños también es parte de una cultura valorativa.
En un jardín de esperanzas profundas, los retoños del planeta, desean ser advertidos sobre la forma de pensar de los hombres y mujeres alrededor del mundo y su afán por ser diferentes, pero también advertirles de su desidia y falta de compromiso con ello.
El amor y el respeto nos convertirán en un instrumento para hacer el bien, y nos abrirán las puertas hacia un nuevo amanecer.
