CUANDO NO ENTENDEMOS EL VALOR DE LA VIDA

La vida es un don de Dios. Hechos 17:25 nos dice “El da a todos vida y aliento y todas las cosas”. En cambio, no todas las personas hemos tenido la oportunidad de nacer. “Se estima que, en el período 2010–2014, ocurrieron unos 56 millones de abortos inducidos cada año a nivel mundial. Esta cifra representa un aumento con respecto a los 50 millones por año observados durante 1990–1994, debido principalmente al crecimiento poblacional” (guttmacher.org/). Gracias a la decisión de nuestra madre, como instrumento de Dios, nosotros no estamos en ese grupo de asesinados antes de nacer. El tiempo promedio de vida de las personas en el mundo es de “83,98 años en Japón, el país que lidera la clasificación mundial de la esperanza de vida. El continente que consigue incluir más naciones entre los países con la población más longeva del mundo es Europa, con Suiza y España a la cabeza. Singapur, Australia e Israel (82,4 años), completan la lista de los diez territorios con la mayor esperanza de vida”. En cambio, el de menos longevidad es el país Sierra Leona, de África, con 51,8 años (Instituto de estadística de la Unesco, 2016). En Perú, el jefe del INEI, Aníbal Sánchez, precisó que los varones peruanos vivirán en promedio 72 años, mientras que las mujeres lo harán en 77.3 años” (Fuente: ANDINA,11nov2015). Entonces, la longevidad peruana está entre los europeos y africanos. Por tanto, si los humanos tenemos techos entre 50 y 80 años de vida, no disponemos de muchos años como para desperdiciarlos en comportamientos negativos e improductivos. Nuestra vida es precioso tesoro, cuya expresión de valor se manifiesta en el bien que hace a su paso, sirviendo a los demás, cuidando la casa ambiental donde vive y agradeciendo a Dios por su existencia.

Hace como 5 décadas, cuando llegaba a ésta parte del planeta la ola de la industrialización, de la economía empresarial, la modernidad, como que se trastocó el verdadero concepto de la vida humana. Se sembró la idea de la vida monetaria, que no hay vida sin dinero. De manera progresiva la humanidad global endiosó el dinero que los ojos solo estaban en él, pasando muchas veces por encima del medio ambiente y de las personas: “el fin justifica los medios”, es decir una vida de terror entre humanos. Bueno es culantro, pero no tanto. Alguien dijo: Dios perdona siempre, el hombre a veces, pero la naturaleza nunca. Tanto se ha maltratado a la naturaleza que Dios nos ha dado para vivir, que al fin tiene que reaccionar. La presencia del virus es solo una respuesta, aún faltan otros episodios que la naturaleza tiene que cobrarse. No se descartan movimientos telúricos; otros monstruosos incendios de bosques y de urbes; infecciones por otros virus, hongos y bacterias mutadas; ausencia de oxígeno; ausencia de suelo para la producción agraria; ausencia de agua dulce; ausencia de lluvias. Haga renegar a vuestra abuelita que pronto la pasará, pero no haga renegar a la naturaleza que siempre se lo va cobrar con todos los intereses. Deja de comportarse como humano de un solo ojo, que, aunque tuviera dos o más vistas, mira como si tuviera solo uno, endiosando a cosas materiales: dinero, casa, carro, droga, ultrajes sexuales, robos por doquier, asesinatos a indefensas mujeres, comidas en exceso, juegos tontos, etc.

Alguien dijo que ésta es la segunda pandemia en los últimos años: la primera fue humana, cuando en las décadas de los ochenta y noventa, hubo toque de queda para que perdidas balas de enfermos mentales no cayera sobre inocentes personas hasta matarlas. La actual pandemia virulenta se controla con dos acciones: distancia social y limpieza. Las autoridades han dado claras disposiciones que conducen a cumplir esas dos acciones. Por nosotros mismos y por nuestros familiares, tenemos que cumplirlas. No obedecer significa que adolecemos de entendimiento del valor de la vida. Que nosotros no queramos vivir, no significa que nuestros familiares tampoco quieran vivir. ¿Por qué seguimos quejándonos que el Presidente, que las autoridades tienen la culpa de tal o cual cosa? Sin embargo, somos nosotros quienes no estamos cumpliendo las disposiciones que son para nuestro bien y el bien de nuestra familia. ¿Por qué no respetamos la distancia social, yendo como borregos al mercado, haciendo largas colas con tres a cuatro cajas de cerveza? ¿Por qué incumplimos los protocolos de re ingreso a nuestros domicilios, estamos casi todo el día en nuestras veredas llamando a la gente para armar charla, yendo a comprar trago al vecino escondiendo la botella bajo el brazo? Luego, seguimos quejándonos que hay mala atención en los hospitales, donde los fallecidos envueltos en plásticos negros están apilados como troncos de leñas, donde los patios se utilizan para atenciones médicas. ¿Por qué no recuerdas que desobedeciste las disposiciones de las autoridades? Es que hasta ahora no entendemos el valor de la vida, tan sagrada, que “El Espíritu de Dios me ha hecho, y el aliento del Todopoderoso me da vida (Job 33:4).

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