Según cuenta la leyenda el dios de una montaña envió el día 30 de diciembre una carta a todos los animales convocándoles para que se presentaran ante él el primer día del mes de enero. En la carta advertía que designaría la jerarquía animal según el orden de llegada, del primero al décimo segundo. Todos pensaron levantarse muy temprano para ser el primero en llegar a la cita, excepto el Búfalo, que dijo: yo empezaré a caminar ahora mismo, porque soy muy lento. La Rata inmediatamente trepó al lomo del Búfalo sin que éste se diera cuenta.
Al amanecer del nuevo año apareció el búfalo en primer lugar en el lugar indicado por el dios de la montaña, pero antes de que pudiera decir nada, la Rata saltó al suelo, se dirigió al dios (que extrañamente se parecía a Cipriani, ante quien el Búfalo antes se había inclinado vergonzosamente) y le dijo “Feliz Año Nuevo”. El dios entonces les saludó y comunicó que el primer lugar era para la Rata. (Cualquier parecido con la realidad de un búfalo que perdió una carrera electoral en abril del 2016 por causa de una rata, es pura coincidencia.)
Esta leyenda, al parecer, inofensiva, es la metáfora más precisa, como podrán haber advertido los lectores avispados, de lo que sucedió en el año electoral del 2016, específicamente en la primera vuelta. La rata, (que todos sabemos quién es), se subió al lomo del búfalo, (al que también todos identificamos), y aprovechando la confianza desmedida del inmenso animal en la organización de su cuerpo partidario, lo hizo quedar en ridículo y obtuvo la primera opción para entrar a disputar la segunda vuelta electoral.
Sin embargo, la historia no termina ahí. Como todas las leyendas y mitos de países lejanos y que se pierden en el olvido de las coimas y las dictaduras, tiene una continuación que se aparta de la ortodoxia narrativa y cobra otro sentido cuando en el cuento de marras, no es la Rata la que precisamente llega a culminar su mayor deseo, es decir llegar a ocupar el palacio del dios.
Es más bien una multitud de estos roedores perniciosos (72, para ser más exactos), los que se apoderan, no del palacio del emperador, que por suerte cae en buenas manos, sino del edificio adyacente que comúnmente había sido usado por el antiguo emperador amarillo como cobertizo para albergar a sus animales, aprovechando la habilidad de su caporal, un ex capitán del ejército chino, quien había estado en prisión por traicionar a su país y vender secretos militares a una potencia extranjera. Este edificio, bastante venido a menos y al que algunos llaman “Congreso”, no se sabe bien por qué, es el que ha servido para que la invasión de las 72 ratas no se transforme en un problema de salud pública.
Sin embargo, no había transcurrido mucho tiempo desde el inicio de esta historia en el lejano reino cuando ya la Rata Mayor empezó, frustrada porque no pudo conseguir ocupar el palacio del emperador, a enviar mensajes en un extraño aparato nunca antes visto por las antiguas ratas del emperador amarillo, que recibían las órdenes de éste a través del ex capitán y caporal de toda la manada d roedores. Sólo que de esto habían pasado ya mucho tiempo (16 años para ser exactos) y la Rata Mayor ahora ordenaba y chillaba a través de su nuevo aparatito que también se dice que le sirve para otros menesteres cuando lo hace vibrar porque su ratoncito consorte no la satisface.
El hecho es que el año que ya termina fue bautizado como “el año de las ratas” por la increíble ignorancia y soberbia combinadas de estos asquerosos animales, que no paran de insultar a las personas que también habitan el lugar llamado “Congreso” y que ahora, aprovechando su nutrido número (algo muy propio de las ratas) estaban completamente desquiciadas y fuera de sí, cometiendo toda clase de tropelías y abusos contra el ocupante legítimo del palacio del emperador.
La última gracia de estos roedores enemigos de toda mesura es el haber realizado compras sobrevaloradas para el establo con la anuencia una de las ratas más viejas que funge de sirvienta mayor del establo debido a su edad y que a pesar que juró y rejuró que renunciaría a ese cargo si se comprobaba que había corrupción, sin embargo ha preferido meterse en una clínica, al mejor estilo rateril y dejar que los platos rotos los pague el funcionario al que ella nombró como su Oficial Mayor apenas asumió el cargo. Sin duda que para este lejano reino del oriente este es y probablemente lo siga siendo “el año de las ratas.”