Ver la televisión peruana, es ver basura sin reciclar, como parte de un andamiaje para que nos olvidemos hasta de nuestros nombres. Es Montesinos y Laura Bozzo mandando a lamer axilas, elevado a la infinita potencia. Es la transformación del populachero cómico ambulante, a una nueva versión de idiotas que su mayor talento es mostrar el órgano con el que piensan: el culo.
Hasta cuando se va a seguir premiando en nuestro país al procesamiento de escremento en la pantalla. Que insufrible es aquel extorsionador de la fama; que deformado personaje el que se cree capaz de destruir la vida de una persona, porque le cae mal. El sujeto que se hace llamar Peluchín, el hijo de quien fue mi gran amigo, se ha especializado en destruir vidas, bajo el beneplácito del ganado que da vivas a pesar que debería vomitarle en el rostro.
Amigo lector: no sea imbécil. No permita que lo sigan manipulando. Eso no es entretenimiento. Ese es un veneno que mata al espíritu crítico y convierte al peruano en autómata, capaz de recibir con beneplácito el robo organizado del Estado, del que participan empresas que tienen vínculos indisolubles con los medios de comunicación enormes, gigantescos.