Don Aurelio Saavedra Ríos (Lamas, 31.05.1899; Tarapoto, 28.12.1983), llenó con sus simplonadas toda una época de la historia tarapotina. Su manera de ser propio le hizo entender la vida de una manera original. Hijo de don Felipe Saavedra Cepeda, un español catalán, que terminó afincándose en Lamas, dejando regado hijos desde la costa atlántica del Brasil y terminar en Lamas, pero no tendría descendencia con ninguna tarapotina.
Esta pequeña semblanza es incompleta porque solo quiero compartir con mis lectores una de las simplonadas, que me parece la más jocosa; además, las innumerables chanzas que se cuentan de él son ya superconocidas. Pero, abundaremos unos datos adicionales que he recogido de muchas personas que le conocieron y de lo que aportó Galo Ponce Saavedra, su bisnieto para más señas.
Casado con doña Victoria Ruíz Hidalgo (Lamas) tuvieron cinco bellas hijas: Elizabeth, Victoria, Ángela, Rebeca y Leonor. No tuvo la dicha de tener hijos varones aunque cuentan que, en cierta oportunidad, cuando se daba una “tranca” en la localidad de Shapaja, sus amigos le habían preparado una trampa para hacerle reconocer a un niño, y aunque todo estuvo preparado: el hijo adoptivo, la madre, los testigos y el registrador civil, un hecho imprevisto ocurrió y no se concluyó con el proceso.
Parte de la vivencia de don Aurelio, quien terminaría radicando con su familia en la ciudad de Tarapoto se relaciona con la famosa “Pensión Victoria”, administrada
por su esposa. Esta pensión se ubicaba en la tercera cuadra del jirón Jiménez Pimentel, frente a la casona de don Oswaldo Bartra, conocidísimo mozandero. Cuando yo era chibolo, de esa pensión recogía el almuerzo de mis tíos Aquiles Tello y Jovita Arévalo y doña Vicky la administraba desde su poltrona de madera donde solía descansar, y esa es la imagen que me quedó de ella.
Las malas lenguas –que no faltan—llegaron a conocer a la “Pensión Victoria”, como “La muerte lenta”. Lo que me consta es que el variado menú era muy bueno, pero para graficar y casi acreditar la “mala fama”, tenía como su pensionista más asiduo a don Máximo Octavio Reaño Cáceres –un foráneo que siempre trabajó en el Banco de Crédito– de contextura extremadamente delgada y que habría hecho pareja con Popotitos.
La simplonada que quiero compartirlo y, posiblemente sea inédita, se refiere a lo siguiente… Don Aurelio tenía una finca que colindaba con el predio del Instituto Nacional Agropecuario N° 10, con estudiantes internos, donde criaba ganado vacuno y caballar. En el hato de equinos tenía una yegüita la que con solo una seña de don Aurelio se le acercaba. Pero, de repente, la potranca se volvió arisca y apenas le descubría a don Aurelio se escapaba. Entonces, le dijo a doña Victoria: “Vejez, mándame a confeccionar donde el Arístides Macedo, un uniforme de colegial”. Tres días después fue al fundo, se puso el uniforme caki de colegial y botas de ´agrosho´ y salió al pasto y ¡apenas la yegüita le distinguió vino corriendo a su lado!… Bueno, si no entendieron esta anécdota solo diré que he fracasado. (Comunicando Bosque y Cultura).