Uno de los placeres más gratos que tengo es el de la lectura. Eso sí, no leo nunca libros de autoayuda, porque leer un libro no debe ser un propósito de transformación en sí. Todo fluye, no hay necesidad de vastos argumentos para cambiar. Como viajar, en sí, leer un libro te transporta. Entonces, si lees un libro de autoayuda, es casi como viajar a un seminario. No hay aventura, siempre te dirán cómo puedes ser mejor. Una literal pérdida de vida y letras. Pero, en fin… hay quienes creen que es literatura fina.
Tampoco leería un libro de Coelho, porque es un inescrupuloso ladrón de títulos. ¡Si supieran cómo me dolió (nos dolió hermanos), ver El Aleph en una librería con su nombre!. El Aleph es un libro sagrado de cuentos del gran escritor argentino Jorge Luis Borges. Y no hay derecho.
No me mencionen a Cuautemoc (creo que así se escribe), menos a uno que invita siempre César Acuña (y que parece un comediante y es tratado por algunos como grande filósofo y de quien no quiero ni recordar el nombre). Ese libro que te hace repetir mil veces que vas a ser millonario (porque así lo dice la Cocacola) TAMPOCO.
Si yo recomendaría un libro, empezaría por algo fácil: Demian de Herman Hesse y terminaría por el brutal Versos Satánicos de Salman Rushdie (que no son satánicos por si acaso)… A leer se ha dicho…