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viernes, diciembre 6, 2024
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“El campeón de la muerte”

Enrique López Albújar

El Realismo Indigenista.
Quien relata esta historia no fue solamente un escritor, sino también un abogado que ejerció además el cargo de juez en diferentes lugares – entre los más apartados- del Perú profundo, cuyas realidades vivió directamente. Por eso es que sus personajes reales, de carne y hueso, está presentados en toda su obra, tal como son: sin estilizarlos ni idealizarlos, más bien con toda su realidad brutal, por lo que no ha dejado de ser duramente criticado.

Ejerció tanto en la costa norte, pero sobre todo en Huánuco y otros lugares muy remotos de la serranía, en contacto con los indios auténticos, viviendo y sufriendo todo su drama vital que su pluma de escritor y magistrado se atrevió a denunciar.

En aquellos lugares tan alejados donde no hay la presencia del estado, o son muy escasas la aplicación de sus leyes, y vigencia de sus autoridades, la justicia y la venganza adoptan formas demasiados alejadas de lo humanamente civilizado, por lo que el realismo Indigenista de López Albújar no podía ser de otra forma: fuerte, violento, de emociones primitivas, dramático, desgarrador y hasta sangriento.

Esa contextura y reciedumbre tienen los “Cuentos andinos”, con que López Albújar inaugura esta corriente literaria. Y “El campeón de la muerte” es uno de sus cuentos más caracterizados. Aunque varios de sus temas lidian con el delito, no podemos decir que sus historias son meros accidentes policiales delictivos. Sus contextos abordan fuertes problemas sociales con personajes marginales de una realidad dolorosa a la que muchos se resisten y prefieren rehuir.

Pero ahora los tiempos están cambiando y dándole la razón a su creación literaria a sus denuncias y alegatos que cuestionan también la ley y el orden; sino compare Ud. con la violencia terrorista, “Chapa tu choro”, a los escuadrones de la muerte.

“El Campeón de la Muerte”
El illapaco de Pampamarca, su fama, sus hazañas con el máuser habían trascendido fronteras. Su oficio era matar. Juan Jorge se alquilaba, pero sólo para matar criminales, para venganzas justas. “Mi máuser –decia- es como la vara de la justicia”. Un caza-recompensas muy caro. Cuando Liberato Tucto le prepuso –por intermedio de Martina, su mujer- para que matara al mostrenco Hilario Crispin quien había secuestrado, abusado y asesinado a su hija Faustina, le aceptó a cambio de cuatro toros. Pero cuando se enteró que el viejo le había pedido que primero lo haga padecer –“de diez tiros y el último que sea el que lo despene”-, Juan Jorge se puso de pie y dejando de chacchar le dijo: “Piden mucho vieja”. “Se te pagará taita. Tiras bien y te será fácil. Además, recibirás un carnero de yapa”. “Bueno, que pague su capricho; pero cada tiro va a costar un carnero de yapa”.

Una verdadera cacería. Peor que si se tratara de cazar un tigre. Un ritual de muerte, sangriento y macabro. Una hora en este satánico ejercicio; venganza que el viejo Tucto saboreó con fruición. “Ya lo vi a doscientos metros; tiene hambre, o no se hubiera atrevido a salir de su cueva entre peñasco”. “¡Taita que se te va a escapar!”. “¡Que no: atención viejito! Esta, en la mano derecha para que no vuelva a disparar”. La carabina de Crispín voló al aire ¿De dónde vino el disparo? Un rugido y de un salto tigresco cogió la carabina con la otra mano y echó a correr. Pero el segundo disparo en la pierna derecha lo hizo caer y rodear al punto de partida. Quedó inmóvil.

“Lo has matado taita”. “¡Que no hombre! Yo sé adónde apunto. Se hace el muerto”.

El siguiente fue a la mano izquierda que quedó destrozado mientras el cholo maldecía. Otro disparo le destrozó la mandíbula. “Este, para que calles”, dijo Juan Jorge. Y así hasta que el décimo le destrozó el cráneo.

Muerto ya, el viejo Tucto le saco los ojos: “Estos para que no me persigan, y la lengua para que no avise”. “Y para mí el corazón”, dijo Juan Jorge, “Me lo comeré porque es de un cholo muy valiente”.

 

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