El paciente no soporta más y muere. El cuerpo agonizante estaba una semana en UVI del hospital, con la esperanza que los profesionales de la salud hicieran todos los esfuerzos científicos y tecnológicos para devolverle la buena salud. No. No fue posible. El rostro desfigurado es el reflejo del nivel de impacto contra el pavimento rígido.
Mientras iba en su motocicleta por las calles, el joven pensaba en el momento en que sus progenitores le despidieron en el aeropuerto de Iquitos, cargados de emoción, porque el hijo engreído viaja lejos del seno familiar, a buscar otros rumbos de su vida. El padre le abraza fuerte, muy fuerte y no puede soportar la caída inesperada de solitarias lágrimas. Ambos lloran en los anchos pechos del ser querido. Al rato, es el turno de la madre. El sollozo inicial se convierte en llanto fuerte. Los tres se dan un abrazo interminable y se sueltan cuando son interrumpidos por la aeromoza: “Joven, joven, solo a ti te está esperando el avión”. Un último beso y el joven de 22 años arranca veloz carrera al control y de allí a la salida. La aeromoza de la puerta del avión le llama con la mano, en señal de que apresure su marcha. Con brincos ágiles, saltando cada dos peldaños, asciende la empinada escalera en poco tiempo. Desde la pequeña ventana de vidrio el joven otea hacia las instalaciones d el aeropuerto. Los padres no dejan de levantar la mano, hasta que el aparato se aleja en el lejano firmamento, introduciéndose en las densas nubes blanquecinas.
Estaba trabajando en una empresa funeraria alrededor de seis meses. El carisma y el ímpetu que le imprimía al trabajo, fueron factores que le permitieron socializar con los compañeros y los empresarios. Era considerado como un añejo compañero, con las bromas, los encargos, el cumplimiento del deber.
Las calles de la ciudad están invadidas por vándalos, con moto taxis sin lona, cargadas con cinco o seis jovencitos semidesnudos, pintados y bañados con barro, pinturas, que profieren satánicos gritos. Llevan en sus manos decenas de globos con agua. En cada cuadra están apostados grupos de jovenzuelos también con bandejas y baldes llenos de globos con agua, lodo pestilente, huevos podridos, pintura de pared. Están ataviados solo de trusas embarradas, máscara y un pañolón rojo amarrado a la cabeza. Cuando la moto taxi pasa rauda por su lado, ambos, los del piso y los del vehículo, intercambian palabrotas, barro, huevos, agua pestilente y risotadas diabólicas, como si estos raros humanoides llevarían en la sangre una buena dosis de estupefacientes.
Aparece el joven iquiteño en la motocicleta de 110 cc cumpliendo con el encargo del empresario. Al pasar cerca al grupo apostado en la cuadra del jirón España, como enjambre de extraños seres dementes le propinan decenas y decenas de globos con agua por todas partes del cuerpo hasta desestabilizarlo. Pierde el control de la moto y se cae de cara sobre el rígido pavimento. Los idiotas que causaron el accidente, primero siguen riéndose, luego se miran y se alejan. Ingresan a sus casas de prisa. Sus padres están mirando novela, y el joven va al fondo a bañarse. Luego sale a la calle como si nada pasó. No, el caso no es con él.
El accidentado es llevado al hospital en una moto taxi que pasa por casualidad. La vecindad sale al lugar del suceso y los comentarios van y vienen como el suave cuchicheo de la brisa tropical. “Yo les decía a éstos muchachos que no molesten a la gente que pasa” “Pero tu hijo también estaba en el grupo señora”. “Hace unos años hubo un gobernador que no permitía estos feos juegos”. “En otras partes las mismas autoridades propician y hasta eligen reinas del carnaval”
Mientras tanto, en el hospital, tras ocho días de agonía, el paciente no soporta más y muere. El padre llega compungido y lleva el cadáver de su hijo a Iquitos. “Le despedí vivo y ahora le traigo muerto” le dice a su llorosa esposa.