Situándose desde el arco iris, a través de estas historias maravillosas, Melissa trasmite a los niños su mensaje de amor y esperanza sabiendo que el mundo de los sueños y fantasía en el que viven irá cambiando como lo hará la inocencia ante la realidad.
No es fácil atravesar el puente entre la fantasía – el mito, la leyenda, lo mágico- para instalarse en la compleja realidad, irse encontrando a sí mismo tornándose feliz cuando deje de soñar imposibles y encuentre el afecto y el amor.
El amor y la amistad son plenamente posible –nos dice– si logramos armonizar nuestro diario vivir y nuestros sueños, que no son monstruos que invaden nuestra conciencia, sino sombras, espectros que desaparecerán como pompas de jabón cuando logremos darnos cuenta que son trampas creadas por nuestro propio ego por demás fantaseador.
Siempre debe haber un pasadizo al mundo de los sueños que, a fin de cuentas, es lo más íntimo que tenemos. Por eso es que hasta el mismo chullachaqui, personaje mitológico del mundo amazónico, aparece humanizado en esta historia. Aquí no es el desfigurado ser horripilante que inspira horror y pánico surgiendo de las sombras de la desconocida, misteriosa y trágica selva, sino el guardián del bosque, juguetón y enamorado que protege nuestras riquezas y da calor al humano en su estancia solitaria.
Así, Melissa ayuda a los niños a cruzar el puente y a avanzar más allá del arco – iris,; contribuyendo también a que se cure y encuentre la alegría el niño maltratado por los errores de esta sociedad y sus desigualdades.
DEL CHULLACHAQUI UN CUENTO
El eterno guardián de la selva vivía con una torcacita. En su infancia tuvo una triste historia. Durante años tuvo que soportar las burlas de los demás debido a que era feo y tenía un pie deforme. Además, su madre no tenía recursos para criarlo ya que el padre los abandonó. Triste y desolada decidió dejarlo en el bosque con la esperanza de que alguien se apiadara de su suerte, lejos de las burlas y la pobreza.
Con el tiempo comenzaron a conocerse historias sobre él convertidas en leyendas. Se cuenta que para combatir su soledad a veces extravía a los forasteros y cazadores que no respetan a la madre naturaleza. De repente se aparece convertido en un familiar, un amigo, un lindo animal o una graciosa avecilla.
Es juguetón, no con malas intenciones; a veces los hace extraviarse en el monte, donde se deleita con ellos, haciendo fogatas, jugando a las escondidas, bañándose en el río y comiendo cantidad de frutos.
La Torcacita era un ser frágil y dulce. Lo amaba con toda su alma. Le traía néctar de flores en su pico. Así era su amor. Pero cierto día la curiosidad la llevó más lejos que de costumbre. Deseaba llegar más allá del arco – iris: “Volaré por el inmenso cielo y conoceré otros bosques, mares y desiertos.
El Chullachaqui se lamentaba sintiéndose despreciado, otra vez abandonado; “Ella nunca me quiso. Claro: soy muy feo, cojo y tonto”.
Pero la torcacita se extravió buscando el final del arco – iris. Desesperado soñaba con volverlo a ver. Lo buscaba guiándose por la dirección del viento. También mirando el suelo tratando de encontrar las huellas de sus pies desiguales.
–¡Ay! ¿Dónde estarás mi amado Chullachaqui”? ¡Qué tonta fui al alejarme de ti, tan feliz que era contigo”. Estaba muy arrepentida.
Preocupado por hallar a su amado, no se dio cuenta que anochecía . . . entonces se le apareció la lamparilla, espíritu maligno con cuerpo de fuego.
-Torcacita, cuánto darías por estar junto a él? -le preguntó.
-¡Daría toda mi vida! –respondió angustiada.
-Atraviesa entonces mi cuerpo y mi luz te lo hará ver.
Pero en eso escuchó una voz familiar que le gritaba.
¡No! ¡No lo hagas! ¡Es una trampa!
Volteó a mirar ella. Era su amado que tenía toda el alma puesta en la mirada. Pudo darse cuenta que él aún la amaba y voló feliz a su encuentro y así vivieron juntos para siempre contándose sus aventuras y lo mucho que se habían extrañado el uno al otro.